19/3/15

La carretera

La aventura es la flor, el perfume del azar y de la diversidad.

Josep Pla, en Viaje en autobús



El aroma a incienso acompaña a los grillos y las cigarras. Es de noche, pero parece que fuera más de noche aún. A este rincón de Moyobamba, en las entrañas verdes de Perú, no llega el ronquido de los mototaxis, ni el polvo de los caminos, ni el fango de los acantilados. Solo llegas tú.

*

Decir que vas a empezar un viaje al montarte en un autobús en Perú es decir nada. Para llegar a Yurimaguas, donde ahora me vuelve a envolver un silencio interrumpido por el graznido de los bichos, me ha llevado cerca de 50 horas por carretera. En ese tiempo, he pasado sed y hambre en un primer trayecto que debía durar 20 horas y se alargó a 36; seis horas más que más o menos fueron tranquilas; y otras tantas horas en que por momentos daba la sensación de que había dos bandos a cada lado de la carretera cuyo campo de batalla era el centro: aquí no dicen “se desprendieron rocas”. Aquí sentencian: “Se cayó el cerro”.

Cuando dicen eso yo me imagino una montaña desparramada, como removida a base de dinamita. Y no me equivoco cuando, aprisionados en una furgoneta donde los niños vomitan y se escucha una música estridente y mareante, miro a los dos lados, o al frente, o abajo, y la carretera está sepultada por una capa de arcilla enorme, cuando no rocas más grandes que la propia furgoneta o ríos cuyo cauce se ha quedado pequeño y asalta la carretera.

Pero a pesar de los inconvenientes y el agua, de las horas de espera y pitidos, felizmente he llegado a Yurimaguas para embarcarme rumbo al río Amazonas, unos días más allá. El segundo de mis trayectos comenzó con la chica de la compañía de combis leyendo los nombres de los ocupantes. El mío lo leyó después del de Oswaldo y Peregrino, una manera original de viajar. Treces o quince nombres después, comenzaba un trayecto en el que fui incapaz de pegar una cabezada en una carretera ebria de curvas, baches y quejas. Y eso sin contar las veces que peregrino y Oswaldo hablaron por teléfono a grito pelado
(“hijito que Dios te Bendiga”, “Estoy por Pedro”, “Cuando reúna los 1.000 soles”, “Estoy de camino”, “No te escucho bien”, “Cuídate”). 

El camino que me trajo hasta aquí fue algo más accidentado. No solo porque el conductor de la combi se bajara y le diera un mamporrazo a una chica que iba en una moto y le había llamado imbécil, que también, sino por lo ajetreado del trayecto. A los arroyos que volvían a hacer de la carretera su curso, las montañas que vomitaban hacia abajo y el aguacero que caía en estas latitudes ya tropicales, se le unieron varias paradas donde los operarios primero te decían que esperaras, después que podías darte la vuelta y después, súbitamente, que adelante. Y así varias veces.

No es extraño que la suma de todas estas cosas le desgaste a uno las ganas de viajar por carretera a pesar de la defensa de uno de moverse por tierra. Pero claro: de tierra firme.

1 comentario:

V dijo...

Deslizamientos, corrimientos de tierra, coladas de barro, solifuxión, creeping... Unos los estudiamos, otros los vivís.

Siento algo parecido a la envidia, pero no lo es. Tal vez sea porque leo en tu texto tamizadas por mi cerebro la Biología y la Geología. La Natualeza en definitiva. Y me apasiona... salvo por los humanos.

Un beso, Diego. Cuídate, y disfrútalo. Por mí y por todos mis compañeros :)