2/5/12

Un paseo por la historia

Se afianza la noche en Sarajevo. Las cosas, cuando no se persiguen en su secuencia, producen efectos mas deseables. Algo así me ocurre, que voy a los días y a la noche con cierta intermitencia. Que anochece, me asomo a la ventana cada media hora; que amanece, me despierto diez veces antes de levantarme, definitivamente, del hueco que ya he hecho en el colchón. A la calle bajo con frecuencia, y con frecuencia vuelvo a subir a casa. Y entretanto pateo las calles levantadas tras las ruinas.

Hoy, caminando centrado en algún sentimiento indescifrable, levanté la cabeza y me quedé mirando una de esas fachadas plagadas de impactos de bala y mortero. Saqué la cámara, y en su memoria -y la mía- se quedó guardado. Inmediatamente después recordé mis pasos ayer por la llamada Avenida de los Francotiradores, donde esta el celebre hotel Holiday Inn, que es donde se alojaban los medios de comunicación durante el asedio a la ciudad. Entonces si identifiqué una especie de sentimiento de culpa cristiana. Estoy aquí unos días, vengo de un lugar donde la palabra 'crisis' ya ni se destiñe, y la capacidad de estremecer de una ciudad ya reconstruida es muy poderosa. Durante tres años largos, cruzar estas calles suponía exponerse a ser asesinado de un tiro; hacer cola en un mercado, a ser volado por los aires; y estudiar en la escuela, arriesgarse a no volver a casa. Todo eso lo imaginé visitando, en la mañana de ayer, una exposición en el Museo Nacional.

En Europa, donde hay quienes dicen que la situación es insostenible, quien más, quien menos, parado o empleado, joven o adulto, tiene su Ipad y su Iphone, sus rebajas de enero y su ducha con champú, sus vinos de domingo y su cine de sábado tarde. Por eso, la sensiblería que me atravesó podría ser una irresponsabilidad.

Pero, ¿qué culpa tiene uno de haber nacido en otro lugar, de no haber vivido nada parecido en los últimos 70 años? Los objetivos de un viaje son tan variados como el número de personas que viajan, aunque en mi caso, es ese doble viaje. En realidad, los viajes -al menos los que concibo- no tendrían ningún sentido si no van acompañados de una sobredosis de conciencia.

Habitar, rutinariamente, ciudades donde la comodidad es regla general, tiene sus inconvenientes: uno se aleja de lo importante. Entre tanto ruido, desplazamientos, verbenas y amortiguadores, sabemos realmente las posibles 'dificultades' a las que podemos enfrentarnos? No lo creo así, por lo que lo único -de momento- de lo que personalmente soy capaz de hacer es enfrentarme a la vida sin aditivos artificiales. Superar barreras que en otros lugares no tenemos la oportunidad siquiera de derribar. 

1 comentario:

Miguel dijo...

Es estremecedor lo que cuentas. Y es real. Leyéndote y viendo el vídeo que has colgado, uno siente rabia. Y no sabe bien qué hacer. Ni qué pensar.

Un abrazo.