11/3/13

Los veranos de antes

Todas las cosas buenas son salvajes y libres.

El verano del 2009 fue para mí un verano eterno. Yo llevaba el pelo bastante anárquico y una barba de un par de semanas que, por aquel entonces, no era mucho más espesa de lo que lo me crece ahora en ese mismo tiempo. Unas fotografías tienen que ver con que aquel verano vuelva ahora disparándome con nostalgia. Aunque, en realidad, creo que sería capaz de concentrar en dos semanas, quizá tres, todo aquel período en que los días transcurrían con suavidad.

Todo empezó en junio, en un viaje que me llevó a Suráfrica durante unas semanas antes de acabar en el Palacio de la Magdalena escuchando versos con un viejo amigo que venía a Santander para cinco días y acabó quedándose más de un mes. Entonces hacíamos fiestas de inicio y final de verano como grandes paréntesis dentro de los que volcábamos más fiestas y otras cosas. Recuerdo que fue entonces cuando me empezó a querer una chica que me volvió a hacer creer en cierto optimismo en los asuntos amorosos. Y aunque aquella película acabó por deshincharse cuando entró el otoño, fue todo un experimento que me llevó a una reconciliación con varios flecos al aire que por entonces mi edad trataba de comprender.

A los 23 años tampoco se pueden pedir fuegos artificiales a nada. Pienso que es una edad donde uno disfruta cometiendo errores; cuantos más, además, mejor. Pero de eso se da cuenta mucho tiempo después. En cierto modo aquello me recuerda a otro verano del amor, el del 2005, cuando me pasé un mes en Australia y me empezó a querer otra chica, y a la vuelta yo la regalé un peluche de un koala y mi compañía, y con el final del verano aquello también se disolvió porque a los 19 años nada puede acabar bien. 

Bebíamos los amigos en cualquier esquina antes de comenzar este horrible éxodo masivo. Acudía a conciertos y disfrutaba escribiendo reportajes para un períodico que nunca me dio ni medio euro; pero hacía lo que me gustaba y me alegraba cuando ponía el punto final a cada experimento que me llevaba horas o semanas. Lo del dinero era secundario porque los amores no costaban dinero, ni las olas del mar, ni la amistad reunida poco antes del amanecer. 

Además, eran tiempos donde todavía no había responsabilidades, ni obligaciones, ni nada. A principios de aquel verano, después de pensarmelo mucho, me metí en un traje negro con camisa blanca y fui a la graduación de mi carrera. Me había negado porque no estaba orgulloso de la obligación de estudiar algo que no me exigió demasiado esfuerzo. Pero en la piscina, entre resoplido y brazada, un compañero me dijo que en todo ese tiempo lo que menos importaba era el título: la experiencia, los amigos y enemigos, los desengaños... todo eso era lo que merecía ser celebrado. Accedí, y para disgusto de mi madre, me subí sin corbata al estrado para que cruzaran en mi cuerpo una banda. Eso fue por la tarde, y acabé a las 10 de la mañana desayunando en una cafetería con la chaqueta al hombro y los pasos retorcidos. El verano empezaba bien.

Ahora que parece que de todo hace ya veinte años, en realidad no hace tanto que aquello ocurrió. Aunque algunos dirán que he progresado, a veces pienso que me importa poco. Quiero seguir cometiendo errores para pensar que no está todo dicho. Ya no trasnocho y no llevo una vida tan asilvestrada y sin paredes como entonces. Será éste un verano eterno, pero en los de antes todo se concentraba en muy poco tiempo y era un canto a las profundidades de la edad. Decía Thoreau que los caminos para conseguir dinero, casi siempre, nos empequeñecen. Y es exactamente lo que me está pasando. Claro que ya estoy preparando mi segundo asalto a la vida, qué creíais, a la libertad. A ser simplemente yo

Knysna, Sudáfrica. Julio 2009.


4 comentarios:

Unknown dijo...

¡Uf! Y tanto que ha llovido... Yo me siento ya vieja, canosa y con arrugas y es verdad que todo por las responsabilidades y por el ganar dinero ¡pff!

P.D. Y bien guapo que ibas sin corbata aquel día de doble graduación, comida en familia y fiesta con compañeros de una gran época de nuestras vidas.

¡BESOS!

Yeamon Kemp dijo...

Como ha dicho Guredi un día de estos: tener tiempo que perder.

Vivir de recuerdos es un oficio que me encanta. Pero a veces me olvido de construirlos... eso pasa factura.

Anónimo dijo...

Guredi es toda una institución en el arte de vivir del pasado. Parece que nosotros también. "Cualquiera tiempo pasado fue mejor", decía el poeta... me nuego a creerlo.

Oesido dijo...

Me he visto hace ya unos cuantos años ... Muy bueno. No me resisto a enlazarlo en mi página