14/5/16

Alto Amazonas. Las fuentes de la selva.

Primeros párrafos de la crónica de un viaje de 400 kilómetros por la selva amazónica, siguiendo los ríos Huallaga y Marañón.

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Hacia las dos de la tarde, el sol aparece sobre el río Huallaga. La lancha lleva casi cinco horas descendiendo por este afluente del Marañón desde que abandonara Yurimaguas, la última ciudad comunicada por tierra con el resto del Perú: a partir de ahí, la vegetación se adueña del resto del territorio.

Por eso, a la altura de Arahuante, una comunidad remota en el estado de Loreto, el lanchón que sigue avanzando hacia Iquitos se detiene a recoger a pobladores del ombligo de la selva. Es su único modo de transporte y, de alguna manera, su única conexión con civilización.

Es la época de lluvias y el agua, que hace que la anchura de este río de por sí grande estire su amplitud hasta alcanzar la puerta de las casas, también hace difíciles maniobras para subir y bajar pasajeros: con sus fardos, su carga, sus pertenencias, su familia. Pero el viaje ya ha comenzado y hemos abandonado hace unas horas Yurimaguas, una ciudad fundada hace exactamente 150 años.

La ruta comienza en este puerto cuyo ajetreo se respira desde antes del amanecer. Todo lo que llega a la selva sale desde Yurimaguas: comida, motocicletas, pobladores, animales. Y las barcas, a veces con motores rápidos –como la que elegimos para esta travesía– o inmensos lanchones de tres plantas que una huelga estudiantil hoy no dejan partir, son la mejor opción para quien esté dispuesto a viajar entre verduras y la realidad del Alto Amazonas, una de las siete provincias que integran el Departamento de Loreto. Iquitos, la capital de todo el departamento, es nuestro destino final.

Mientras las maderas que suben a las decenas de barcos de la orilla del río en Yurimaguas crujen por el continuo subir y bajar, y familias enteras esperan dormitando, la embarcación metálica de 15 metros va llenándose. Por delante quedan más de 400 kilómetros hasta Iquitos, río abajo, que en avión nos llevaría menos de una hora. Esta travesía, varios días.

El motor comienza a rugir y desprende un humo blanco a borbotones. La lancha se despega de la pasarela y comienza a sonar una música estridente mientras Yurimaguas,con el rastro de olor a gasolina, se va quedando atrás.

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Sigue en el número de mayo de la revista Viajar o en este enlace.

2 comentarios:

Miguel dijo...

Leí a Reverte en el libro que narraba el viaje que hizo del Amazanos desde prácticamente su nacimiento. Y me sorprendió. Y ahora veo que tú te has embarcado en algo parecido. Mucho ánimo, me parece un viaje fascinante.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Miguel, sí, conozco el libro, aunque él atraviesa toda la selva. Este viaje fue hasta el límite peruano. Y aunque no pillé malaria, como Reverte en su viaje, sí viví mil experiencias.

Un abrazo