29/5/18

Viaje al surrealismo de Gabo

En Macondo sucedían cosas raras: llovió cuatro años seguidos, los objetos no tenían nombre y se los señalaba con el dedo, nadie tenía más de treinta años y caían flores amarillas del cielo. Gabriel García Márquez, Gabo, encerró todas las fantasías que había vivido en el Macondo de carne y hueso, una bulliciosa población del caribe colombiano llamada Aracataca, donde vivió hasta los diez años. Gabo nació en la casa familiar en 1927, un viejo edificio reconstruido a partir de 2006 como la dejó el escritor al irse con sus padres a Barranquilla tras la muerte del abuelo. El largo pasillo de las begonias que la atraviesa lleva a todas las habitaciones, desde la del propio escritor al taller donde su abuelo fabricaba pescaditos de oro mientras él lo pintarrajeaba todo alrededor. Al fondo, el corredor desemboca en un espeso y bello jardín.

Su abuelo materno, un coronel retirado, había ido a parar a Aracataca en 1912 después de matar a un hombre en un duelo. Nicolás Márquez era un veterano de la Guerra de los Mil Días que dormía con un revólver bajo la al mohada, además de ser el responsable de alimentar las fantasías de su nieto con historias de batallas reales. Mientras tanto, su abuela inventaba fábulas de espíritus que vagaban entre los vivos. Sin saberlo, ambos estaban sembrando el universo literario que más tarde se desparramó en Macondo.

Rodeado de tías, mil comensales e historias inquietantes de guerra, en esta amplia casa encalada aquel niño engordó de tal modo su imaginación que no tuvo más remedio que convertirse en escritor. «Es algo que se lleva dentro desde que se nace y contrariarlo es lo peor para la salud», le había dicho el médico a su madre cuando ambos regresaron a Aracataca unos cuantos años después.


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