22/10/19

El camino continúa cincuenta años después

El sello Ace Books le había ofrecido mil dólares como anticipo por En el camino, pero Jack Kerouac no lo firmó. Allen Ginsberg llevaba tiempo esparciendo sus manuscritos entre los editores y le había conseguido un contrato que calificó de “piojoso”, aunque aquella carta de febrero de 1952 sonaba más a broma. “¡Cómo! ¿Ningún millón?”, le escribió antes de augurarle éxito: “Será la Primera Novela Americana”.

Cuando Kerouac recibió esas palabras estaba en San Francisco junto a Neal Cassady, protagonista de una novela que había acabado el año anterior tras un encierro de tres semanas. Fue durante el mes de abril y atado a la máquina de escribir donde había volcado en tromba las experiencias en la carretera junto a Cassady, Ginsberg y William Burroughs, vaciándose hasta la última gota. Conseguir el éxito literario no era algo accesible. Al menos, de momento. 

Desde que el 17 de julio de 1947 tomó un autobús a Denver, Colorado, Kerouac había rayado el mapa de Estados Unidos en coche y autobús, solo y acompañado, pagando el billete o levantando el dedo a la orilla de la carretera. Era la tarea acelerada y viva, casi devota, de un hombre que había decidido –si es que las pasiones se deciden– zambullirse en el instante.

En el camino se desbordaba, como la erupción de un volcán. Sus letras estaban vivas y palpitaban y su ritmo era tan endiablado que cortaba el aliento. No era un texto que encajara en parámetros conocidos, y eso repelía a los editores; tampoco ayudaba la estética. Escrito en un rollo de papel desplegable de casi cuarenta metros, su apariencia era la de un amasijo atragantado de palabras: ni el más alucinado de los editores hubiera pensado que un coleccionista pagaría por él dos millones y medio de euros medio siglo después.

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