31/7/10

Cruzando América (II)



Según la tradición judeo-cristiana Dios descansó el séptimo día al crear el mundo. Según Bruce Springsteen, el quinto, sexto y séptimo día, Dios se dedicó a dar vueltas con su novia en un Cadillac. Naturalmente, recorriendo estas tierras, uno se da cuenta de que el Boss está en lo cierto. Dejando en el este los estados de Illinois, Missouri, Oklahoma y Texas, donde los Cadillacs, las Harleys y todo lo monumental, y toda la locura tienen cabida, es f'acil comprobarlo.

Pasada ya la línea de Missouri y cayendo la tarde, unos nubarrones del color del petróleo avanzaban junto a nosotros. En la tierra de Oklahoma los tornados son muy pintorescos y habituales, pero la cosa no fue a más al menos encima de nosotros: algo de viento fuerte y lluvia bastante abundante. Si los dos estados anteriores a este los campos son los que dominan el paisaje, Oklahoma sigue en esa línea, aunque ya la tierra se vuelve rojiza y empiezan a aparecer esos ranchos que ya en Texas se vuelven kilométricos. Y qué mejor lugar para empezar a leerse Las Uvas de la ira que aquí.

Ya en Texas, hicimos noche en Amarillo, una ciudad totalmente deshumanizada en su centro, como en casi todos los Estados Unidos, y sin nada especial que señalar más que los americanos en bruto. Hay un megarestaurante en el que si te acabas el chuletón de 70 onzas, no lo tienes que pagar. Tienes una hora para hacerlo… Aunque no imagino cómo hay gente que lo termina, pues yo me zampé uno de 16 y quedé como un señor.

Aún con el estómago caliente, a la mañana siguiente seguimos dirección Santa Fé, Nuevo México, desde donde tecleo. En busca de uno de esos pueblos fantasma, nos perdimos por un rancho, donde un trabajador nos invitó a unas cervezas y nos enseñó la casa de los dueños, la familia Smith. Uno se asomaba por la parte de atrás de la casa y Toc, que es como se llamaba el vaquero, nos enseñaba hasta dónde llegaban las tierras del rancho. La vista no alcanzaría a verlo si no fuera porque lo delimitaban unas lejanas colinas.

El recorrido por el corazón de América es toda una aventura. Se atraviesa
n pueblos abandonados que en su día fueron esplendorosos. La ruta 66 no es más que testimonial, pero en la Gran Depresión y hasta los años 70 ese fue el camino de miles de personas que emigraban en busca de un futuro mejor. Se ven las gasolineras cochambrosas y salones de maderas desvencijados, restaurantes a medio caer. Apenas existe vida en los pueblos.

Entre tanto, cinco cántabros que abundan en la vida y en la carretera, entre tormentas a media tarde e historias, y Moteles, y carteles luminosos que dan vida a nuestras vidas.

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