1/9/10

Aventuras vietnamitas (III)

Vuelve el calor a derretir todo cuando rodea, vuelve la humedad a debilitar a cualquiera mientras los litros de "bia hoi", una fresca cerveza vietnamita, caen sin compasión. Teniendo en cuenta que la jarra, que solo se beben en puestos callejeros, cuesta 4.000 dongs (unos 17 céntimos de euro) y aquí se suda descontroladamente, tampoco la conciencia tiene que aguantar mucho.

El día de hoy tuvo unas cuentas horas de viaje para regresar a Hanoi. Pensábamos que la brutal humedad de estos días era propia de lugares más cercanos al mar, pero nuestras teorías poco tienen que decir ante esta horneada realidad. Si Hanoi mantiene aún esa esencia oriental de larga tradición, la bahía de Halong no ha resistido los embates del turismo masivo: sus aguas están repletas de barcos que pasan el día y la noche con, como dice Quique, hordas de turistas. No es que acabe con el encanto de ese lugar, pero si le resta mucha autenticidad. Aún así, esa maravilla natural es necesaria.

Tras un par de meses por lugares tan extremadamente diferentes la mezcla de sensaciones conviene reposarlas y asumirla: para que deje poso, para que la conciencia se relaje, para ajustar cuentas con las realidades, a veces espantosas, a veces irónicas, otras ni se sabe; porque antes de volver a partir es necesario hacer cosas que la vida del viajero no permite. De leer aquello que dejamos medioempezad, de retomar aquellos estudios que dejamos colgados, de disfrutar con personas, con noches con aroma a café y poder respirar tranquilidad que permita escribir sobre algo más estricto que lo que aquí tecleo, que aunque alimenta la imagiación, aún no está digerido para materializarlo en letras.

Por lo pronto, mañana cogemos un tren nocturno a Hue. Supongo que, si tengo internet a mano, siga escribiendo algo. Si os apetece, en estsos oscuros territorios nos encontraremos.

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