8/9/10

Aventuras vietnamitas (VI)

Envueltos en unos sacos de seda, de esos que se compran por dos dólares en cualquier tienda callejera de Vietnam y 50 euros en algún negocio de Santander, medio dormimos en un tren que nos puso en poco más de cinco horas en Dieu Trieu. Eran ya casi las cinco de la mañana y Allí, a pesar de la hora, el trajín era considerable: apostados alrededor de las vías docenas de tiendecitas rogaban la atención de los viajeros. A nosotros, extranjeros, al contrario que en cualquier lugar con un mínimo de tradición turística, no nos hacían ni caso. Para qué, ni siquiera sabían decir una palabra en inglés.

Al pasar la puerta de la estación de tren, los taxistas, ávidos de trabajo, revoloteaban como lo hacen las abejas alrededor de la miel. Nuestro destino era Quy Nhon, donde estamos ahora, y esto está a un puñado de kilómetros. Finalmente, tras regatear al taxista, hacer el amago de irnos y llegar a un acuerdo, llegamos, para ser testigos de una realidad en forma de postal: el sol se levantaba por el mar, mientras las palmeras del paseo se estampaban en ese cielo rojizo que lucha por dominar. A los pies de las palmeras, decenas, cientos de personas haciendo tai chi.

Veníamos de Hoi An, uno de los pueblos con más encanto que estos ojos han presenciado. Al margen de lo variado, exquisita y económica comida -ayer cenamos tres personas hasta casi estallar por menos de 200.000 dongs, menos de 8 euros-, pasearse por las márgenes del río o perderse por el mercado que venden lo que quieras, Hoi An guarda bastante historia. Porque aquí las sucesivas guerras de este siglo no arrasaron la ciudad; así se mezclan las casas coloniales francesas con edificios históricos de hace tres siglos. Cenar al filo del agua, con los farolillos rojos reflejándose en el agua, es digno de cualquier sueño.

A pesar de ser una ciudad no muy poblada, existen 500 sastres que materializan tus deseos en 24 horas a precios de risa. Nosotros nos dejamos tomar las medidas para después encargar, con las telas que quisimos y los caprichos que dispusimos, algo de ropa. Creo que podremos presumir de tener abrigos únicos, porque los hicimos al gusto. Nadie en este mundo llevará la misma ropa que nosotros. Y todo a precios de ganga.

En cualquier sitio de Vietnam, ni que decir tiene la capital, se puede comprar la misma ropa que compramos en España por precios de risa. De escándalo, que dice El Corte Inglés. Pero aquí el escándalo es de verdad, y aún así ganan dinero. Uno se da cuenta, estando aquí y paseándose por alguna tienda, que en esos mundos de Dios que llamamos desarrollados o avanzados, nos engañan demasiado. Se quedan con nosotros.

Veamos: por un abrigo hecho a medida con las mejores telas que tú eliges, con las mejores lanas y estampados a capricho, hemos pagado 40 dólares. Perfectamente Gucci podría poner su etiqueta y cascarte 400 euros -¿o quién creéis que fabrica para esas marcas?- Ya le gustaría a marcas más modestas pero que lo vende a precios no tan altos obsequiar con esa calidad.

Algo ya de marca, como es una mochila grande (North Face) que en España no pagas menos de 140 euros -la misma, la que luego por llevarla a España se multiplica el precio por 10- la conseguimos por 15 dólares.

En Oklahoma empecé a leer -es cierto, con premeditación- la obra maestra de Steinbeck, Las uvas de la ira. Aquí, en Vietnam, por puro azar, por una maldita coincidencia, en mis manos ha caído Patas arriba. La escuela del mundo al revés, un libro que aunque con dosis concentradas de opinión, quizá de prejuicios, da cuenta de la perversa realidad, de los mundos en desarrollo -víctimas de la globalización- y todas esas características que esbozan a los habitantes del Planeta Tierra -corrupción, maldición, banqueros, sinvergüenzas varios y demás cómplices-.

Arrastrándose por estas tierras alargadas las conciencia trabaja, porque hemos sido educados en un mundo superior, ignorando que esta gente ya tenía universidad cuando en España aún no se había empezado a quemar a la gente por pensar de manera diferente.

Pdta.: para los interesados, los tres jinetes cabalgamos hacia el sur con las herraduras intactas. Sin problemas. Un abrazo.

3 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

Si entre el sastre y el maniquí hay 25 personas, y cada una de ellas se lucra, el precio asciende bastante.

Si ahora añadimos que por pura probabilidad, entre esas 25 personas hay al menos 5 sinvergüenzas -uno de cada cinco, qué positivo estoy hoy...-, el precio se pone en órbita.

Povedity. dijo...

muy bonito Diego, pero álguien en el mundo tendrá que pagar también a los periodistas que hablan, entre otras cosas de las marcas, las tendencias, diseñadores, y otras frivolidades o fetiches masturbatorios, para el placer de los que vivimos en el mundo donde no existen gangas...creo que no caes en hacer un comentario o una pregunta esencial, si al ciudadano o habitante normal de esos lares los precios, de la comida, los vestidos de no pret a porter, les parecen también una ganga...

Anónimo dijo...

pero si esta lleno de sinverguenzas, pasa lo que pasa. o acaso es casualidad de que nuestyro pais este como este?