El que hace lo que ama está benditamente condenado al éxito.
–Facundo Cabral
Si uno ignora
los impulsos del destino o acaba en la cuneta o cae, tarde o temprano, entre
las redes de éste. Hoy necesito fugarme por la válvula de la intuición, dibujar
con la savia que mueve mis dedos las promesas que algún lejano día (¿antes de
haber nacido?) establecí como manera de vivir y entenderme a mí mismo. Muchas
veces lo he escrito en este espacio, que es un lugar en el que me justifico continuamente.
Por pura necesidad, como si mi voz no valiera por sí misma, como si no me la
creyera ni yo, como si imprimir los sonidos de mi garganta en el papel le diera
más fundamento a los argumentos y así me sintiera en deuda con mis promesas.
Sucede que uno
no puede quitarse de en medio sus pulsiones más profundas, por mucho que la cabeza trate de despistarlas por mil y
un vericuetos. Hablo del periodismo, de surcar una profesión que no puedo dejar
de pensar en ella aunque trate de convencerme; a pesar de estar en el
disparadero de otra profesión con ¿perspectivas más halagüeñas? y con el mundo
por montera. Confieso que es esa la preocupación que más me remueve, que
alimenta mis pesadillas y empaña mi horizonte. Cuando leo alguna crónica
periodística y pienso que nunca podré volcar mi pasión en ese oficio, se apagan
todas las ilusiones que cada día y cada noche proyecto. No me gusta, en la esa
batalla dialéctica, la denominación de corazón versus razón por no hacer
justicia a la realidad del crecimiento personal individual, aunque, en
realidad, es exactamente eso. Prefiero hablar de intuición versus
contaminación, por ejemplo.
Negarse a uno mismo
el aire se llama suicidio; culpar al mundo de las situaciones propias,
victimismo. Lo segundo dejé de practicarlo hace años, lo primero lo conozco
bien porque en atmósferas contaminadas tomo el aire. Y cuando el aire que respiro
lo asume mi organismo es administrado en dosis insuficientes: colaboraciones
con algún medio aprovechando un viaje, una conferencia, un curso, una tarde.
Pero, desde luego, no alimentan el organismo con las exigencias que éste exige.
Ser periodista
no es un título, una medalla que se lleve y se quite, algo de lo que uno se
jubila a los 65. A menudo escucho a los grandes héroes de esta profesión, que
así lo sienten y así lo expresan. Los escucho con verdadero deleite pero, sobre
todo, con una carga pesadísima porque, seguramente, representan los sueños que
albergo. ¿Están los deseos para consumarse?
Cuando la sangre
de alguien va cargada por el destino, quiero creer que no puede fugarse: su
destino también es acabar en ese callejón sin salida que ni la razón ni el mundo
podrán pararlo: la verdad es ineludible para el buscador de la verdad. O, como
dijo Gandhi, “la verdad es como un inmenso árbol que brinda más y más frutos
cuanto más se le nutre”. El amante de la verdad, que no entiende sino de ir
reventando las capas más superficiales hasta besar su tesoro, no atiende a
otras órdenes que a las dictadas por su dorado destino.
Así lo siento
hoy, y así lo siento desde hace tiempo.
Quiero ser periodista, ir a ese lugar que me prometí ir, leer a Steinbeck y
sentirlo propio, impulsarme hacia aquello que desde otro lugar lo siento ajeno,
hacer de mi vida el reverso del espejo, atrapar con las manos las moscas que he
dejado escapar. Pero si el destino es un matón que acabará conmigo, ¿por qué
preocuparse? Lo advertí: escribo para dejar constancia de mi deuda con la
existencia. Si el periodista es un superviviente, quiero morder hasta el último
gramo de vida que quede; si la sangre solo lleva unos deseos, la alternativa es
borrarse del mapa. Y eso sería, también, un agravio para el matón de ese
callejón del destino que me dará caza.
5 comentarios:
Uhmm... qué razón cuando escribes "Ser periodista no es un título, una medalla que se lleve y se quite, algo de lo que uno se jubila a los 65." Yo lo pienso de la biología igual. A mí el título que tengo en la pared me importa tres. Sé lo que soy, y sé que no podría disociar la biología -como área de conocimiento, digo-, porque es parte de mí y lo será siempre. Porque soy como soy, y quién soy, por la biología como tal. No podría contemplarlo como algo a parte de mí. Imposible.
Sabes, esta tarde he ido a ver una conferencia de Jane Goodall. Se titulaba razones para la esperanza. Ojalá hubiese podido llevarte, Diego :) Ojalá hubiese podido llevar a toda las personas que me importan. Ha estado... genial. Realmente genial.
Está claro que no todos somos Jane. Me refiero a que cada cual tiene sus propios deseos, pero mira, terminó la charla con un: never give up. Y eso es algo que todos podemos hacer, y a lo que todos podemos llegar si lo deseamos :) Lo contrario no tiene sentido si uno lo piensa. Porque la vida no es para quienes se rinden, sino para todos los demás. Sean lo que sean, porque sus deseos sean, cuales sean.
:)
Un besote.
Qué vitalidad emana el texto. Apostaría que intuyes que ese destino no es otro sino tú; dale una mano a tus sueños.
Estudié periodismo durante tres años. Abandoné algo desilusionada pero... no me hagas caso. Son mis razones. No las tuyas.
Avanti. Siempre avanti.
Es normal sentir tantas contradicciones cuando miramos hacia lo que se espera de nosotros. Porque siempre nos hemos engañado con las premisas. Lo que tenemos que hacer es pensar con el corazón y sentir con la cabeza, y no al revés.
Un saludo
"Corazón versus razón" es una lucha perenne que te asaltará a menudo, aún siguiendo el llamado de lo que sientes como tu destino. Prepárate para dar esa batalla. Claro que se está mucho mejor preparado (¿armado?) para la lucha cuando uno eligió pelearla con la voz de su corazón en mente cantándole un himno triunfal a la razón.
Un beso, Diego.
Publicar un comentario