Para vivir muerto de miedo
hace falta, en efecto, muchísimo valor.
-Ángel González
Nunca antes tuve
sobre la mesa objetos tan inconexos entre sí. Uno de ellos, una libreta de
tapas coloradas, me devuelve lo que volqué a modo de diario allá por mayo: “… y
aunque los ojos aún picantes, los he cerrado y la paz me ha atravesado como un
rayo. ¡Estoy solo en Sarajevo!”. Las migas de una goma de borrar, un billete de
metro mordisqueado, un libro de Patricia Highsmith que ya tirita, bolígrafos,
restos triturados de pan, apuntes de sociología, post it, libretas, vasos
vacíos y otros artilugios completan el desigual tapiz.
Todo este
paisaje florece aquí después de hacer limpieza; en el tiempo que estuve fuera se
fue acumulando el polvo y las tareas pendientes, y ahora me hacen invertir las
horas urgentes. Sí, llego a las tantas de la madrugada con sueño, y el sueño se
mezcla con los sueños que me atrapan pasadas las doce. En el torbellino en el
que respiro sucede todo eso y mucho más. Quizá, me digo después de ordenar el
metro y medio cuadrado donde poso lo que quisiera haber digerido ya, la fórmula
de frenar mis excusas sea la de concebir el orden como algo revuelto. Una
mezcla donde no se puede adivinar la individualidad de ningún objeto.
En las
coordenadas donde vivo, habito con placer y utilidad. ¿Imaginas que, ya caído
en Madrid, mantuviera una mesa impoluta, recogida y en cada esquina un
montoncito de documentos separados por temas? Uno necesita refugiarse en
lugares que no sabe muy bien como disciplinar. Qué coñazo de palabra, la
disciplina. Por un extremo de la mesa se cae el rotulador que ya me ha manchado
las manos, y lo contemplo con cierta dulzura: un tablero de apariencia
posbélica y un objeto fino, largo y preñado de azul se escurre tímidamente a un
lugar desconocido. Ni siquiera él sabe donde caerá, si en la eternidad o diez
centímetros más abajo. Jodido valiente.
Para erigirse en
médico o matemático se requieren años de estudio. Al acabar el proceso, te
largan una firma y puedes ejercer. Para coger la vida con los dientes nadie nos
dice por donde empezar; ni para vivir fiel a cualquier ideal. También eso
requiere un proceso de aprendizaje al margen de la moda. Quienes afirman que el
camino más corto entre dos puntos (¿qué dos puntos?) es la línea recta, quizá
se pudran por el camino. Estoy con don Pablos, alter ego de Quevedo, en su
Buscón: “Preguntome si iba a Madrid, por línea recta, o si iba por camino circunflejo.
Yo, aunque no lo entendí, le dije que circunflejo”.
1 comentario:
Me ha encantado Diego, nunca un melancólico desorden fue tan poético y hasta entran ganas de dejarlo así. No vaya a ser que el orden rompa ese precioso caos. Me alegro de que hayas encontrado algo de lo que buscas en la India o a lo mejor dejaste algo por encontrar, ¡quién sabe! Un fuerte abrazo desde la distancia, que no desde el olvido. ISA
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