Un libro de gran
éxito rueda por las librerías desde hace tiempo. A mí me lo regalaron en una
noche de complicidad y le pegaba mordiscos a la hora de comer en una playa
escondida entre rocas. Un amigo, que me veía sacarlo con timidez mientras se
rebozaba en crema solar, se reía por algunos de los conceptos que en esas
páginas se repetían. Cuerpo dolor era uno de ellos, lo recuerdo. Algunas de las
anotaciones en sus márgenes anoté cosas como “di sí al momento presente”, “la mente: ahora
como amenaza” o “eternidad-no tiempo”. El libro se llama El poder del ahora, de
Eckhart Tolle.
Está todo
escrito desde tiempos inmemoriales. Hasta esos refritos de autoayuda escarban
en los siglos para presentar, con su paleta de colores vivos, consejos que se
pierden cuando se esfuma el entuasiamo, esa especie de falso amanecer de la
conciencia.
Esta mañana, que
no la aproveché más que de costumbre, releía una genial columna periodística en
lo estético -más dudoso en lo carnal- y caí en la cuenta de esa inclinación por
lo que ya ha caducado. Ya sea uno viejo o rabiosamente joven que acudimos al
pasado para rellenar folios y risas más allá de lo necesario para cimentar el nuestros
actos futuros.
Del pasado
tiramos cuando el presente es desabrido y la existencia es gris, cuando en
algún momento tuvimos miedo y nos desviamos del camino. Y quizá por esa
tengamos calado en el cuerpo la manía acudir obsesivamente a los recuerdos. Del
futuro nos colgamos cuando queremos sacudir las responsabilidades cuando el más
acá no se ajusta a los deseos. “El hombre feliz es el que vive objetivamente, el
que es libre en sus afectos y tiene amplios intereses, el que se asegura la
felicidad por medio de estos intereses y afectos […]”, escribió Rusell en La
conquista de la felicidad. ¿Se es libre cuando se ama lo que ya no existe más que en cenizas?
Me preocupan las
madrugadas que me encierro en mis recuerdos y acudo al álbum de fotos como
quien acude a una fiesta. Después de la gloria no hay nada, quizá porque ésta
sea tan efímera como cualquier sueño de verano. Yo no sé cómo soltarme de los
abrazos del pasado cuando son tan reconfortantes, cuando se sabe que lo que
queda es tan incierto y que en esa elegía Jorge Manrique ya sentenciaba aquello
de que “cualquiera tiempo pasado fue mejor” hace un puñado de siglos.
4 comentarios:
Gusto del pasado; ese enorme valle de certezas una vez insospechadas a la luz de un supuesto presente. Un saludo desde el pasado, Diego.
Pero creo que tiene su peligro lo de vivir de recuerdos, y es dejar de vivir el presente y lo que está por vivir. Y eso es peligroso.
Un abrazo
Mi comentario intentaba develar la pregunta “¿Qué es el presente?” que yace en el subtexto. Lamento no haberlo logrado. Un saludo.
Yo soy de los que creen que sólo hay un enorme aquí y ahora, más allá del instante fugaz que ocurre para precipitarse en otro instante fugaz. Estamos aquí con “antes”, estamos aquí con “después” y estamos aquí-ahora, porque todo es lo mismo y todo presente se define de pasado y de futuro.
Salud!
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