25/2/13

Tras los pasos de Hemingway

Los peces no son tan inteligentes como los que los matamos,
aunque son más nobles y más hábiles.



Buscando el sol, la paz del suave oleaje, el aliento contenido del invierno caribeño, el ballet, la literatura... Las razones para peregrinar a Cuba son variadas y abarcan desde lo puramente ocioso a un viaje preferentemente cultural. O ambas. Y todas ellas llevan impresa una marca propia: desde las finas arenas bañadas por la luz de la luna hasta los versos de Nicolás Guillén reclaman el interés del visitante.

Dentro de la segunda categoría, la actividad puede ser amplísima. Y una mínima porción de eso se corresponde a la huella que Ernest Hemingway dejó durante las más de dos décadas que vivió en la isla. Durmió y habitó mucho tiempo en el hotel Ambos Mundos, donde, dicen, comenzó a escribir Por quien doblan las campanas. El hotel, de un encanto crepuscular, se encuentra en la principal calle del centro histórico de La Habana. Su planta baja es un gran salón de techos altos donde hoy un pianista arranca a las teclas Yellow Submarine. 

Un poco más adelante, el archifamoso bar El Floridita se levanta haciendo esquina con Parque Central. “El favorito de Hemingway”, reza el rótulo. El nada desdeñable cuerpo de Hemingway aguantaban los cócteles por pares: 13 dobles según la leyenda. Algo parecido sucede con La Bodeguita del Medio, el local más turístico de la ciudad cuya fama también se debe a las andanzas de Hemingway en la capital; sus paredes están garabateadas por auténticas personalidades.


Pero quizá el lugar que más auténticamente ha mantenido la figura de Hemingway es Finca Vigía, la casa rodeada de un gran jardín donde pasó veinte años. Situada en el barrio habanero de San Franciso de Paula, esta casa reconvertida en museo mantiene la vasta librería del autor en sus espaciosas estancias, así como objetos personales, ropa y botas de caza, chaquetas de su etapa de corresponsal... Todo está en un perfecto orden que nada hace sospechar que el escritor haya muerto hace más de 50 años. En uno de los escritorios de la casa escribió su obra más universal, El viejo y el mar, aquel relato fascinante de un viejo pescador que peleó durante horas, hasta la extenuación, con un enorme pez. La lucha, un pulso entre dignidades (“Quisiera ser el pez –pensó– con todo lo que tiene frente a mi voluntad y mi inteligencia solamente”), acabó con el viejo soñando con leones marinos en su cabaña de Cojímar.

De ese pueblo costero se sirvió el escritor para articular su historia. Allí estaba atracado su barco Pilar, en el que salía a pescar. Uno de los pescadores del poblado fue quien inspiró la novela. Enfrente del mar, al morir Hemingway, el pueblo le honró decorando un pequeño altar con un busto fundiendo las anclas que habían donado los pescadores. Este pequeño recorrido merece la pena si uno vive, aunque sea levemente, instalando en los mitos.

Imaginarse en otra época, en otro mundo, resulta un ejercicio que encaja bien en la imaginación. De todos estos detalles, creo que es su casa el lugar que mejor recrea ese tiempo: el silencio, la casa y la torre, la piscina donde cubría media milla todos los días, los árboles y, en general, el buen cuidado del lugar, contribuye a ello.

3 comentarios:

Fe r dijo...

Me encantaría ir tras sus pasos también. El viejo y el mar es una joya que adoro. Cuentan que escribía parado frente a la máquina de escribir, de noche y bebiendo y fumando todo el tiempo. Me gustaría visitar ese paisaje que lo inspiró a crear una obra que me marcó.

Un beso grande, Diego!

Yeamon Kemp dijo...

http://youtu.be/UuxJOK3WeYQ

Después de Por quién doblan las campanas vi Midnight in Paris y me encantó esta visión de Mr. Hemingway.

Los que no viven en mitos creen en héroes derrotados.

Anónimo dijo...

mejor vivir en las nubes que en la sórdida actualidad.