7/8/13

La nostalgia

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.


La nostalgia no tiene que ver con querer volver a ciertos estados. Más bien, es un navajazo frío y traicionero en el olvido cuando ya queda poco que recordar y solo se ama lo que apenas se retiene. Hay algo de alegría, pero también de tristeza y añoranza del pasado. A veces, incluso, se siente nostalgia de lugares en los que uno estuvo retenido y ahora vienen a la mente únicamente desde su perfil encantador, ya pulido de asperezas. 

Así me pasa de vez en cuando, aunque no demasiado a menudo: de cuando tenía 18, 21 o 22 años y la inocencia aún coleteaba eléctricamente. Pertenece al pasado, como las fotografías que amarillean en la memoria, las personas que ya no existen y el tiempo que no se puede recuperar. Cuando a Joan Didion, después de perder a su hija y a su marido le decían que le quedaban sus maravillosos recuerdos, ella pensaba: 

“Los recuerdos son por definición del pasado, de lo que ya no está. Los recuerdos son los uniformes de Westlake que hay en el armario, las fotografías descoloridas y agrietadas, las invitaciones de las bodas de gente que ya no está casada, las tarjetas impresas en serie de funerales de gente cuya cara ya no recuerdas. Los recuerdos son las cosas que ya no quieres recordar”.

Por un tiempo los recuerdos me obsesionaron. Vivía anclado al pasado, atrincherado, como cuando con cuatro y cinco años construía edificios de madera en los que me imaginaba habitando. Poco ha cambiado. Y hasta hace no tanto ocupaba muchas horas en el silencio de la madrugada pasando las hojas de álbumes de fotos donde el blanco y negro se mezclaba con los colores chillones de la infancia. Allí todo eran jardines, aromas, correrías. Todo era nostalgia. 

Cada cual encaja en sí los recuerdos a su manera. A mí, en cierto modo, me queda un rastro de Cien años de soledad en la cabeza, como si todo ya perteneciera a un tiempo pasado y glorioso. Pero en gran medida también siento que en el enigma al que me dirijo es la razón última del entusiasmo. Una noche, recuerdo, de hace dos años y pico y un ataque de pavor, me proyecté en un trabajo seguro, cerrado a la incertidumbre, amarrado a la seguridad absoluta y a un guión establecido. Estuve varias noches sin dormir del susto.

Veía más mi vida en el primer Macondo que en el último, y la nostalgia, y el pasado, y los años de madrugadas encerrado en aquel refugio vuelven ahora sin esperanza, con convencimiento: una sensación dibujada con inmenso signo de interrogación, abierto a todo, cerrado a nada. 

La nostalgia serán cenizas apelmazadas, recuerdos destripados, la higuera a la que mi abuelo puso mi nombre, los amigos de la infancia, cierto gusto por la soledad, los cuentos antes de dormir de mi otro abuelo, la espuma de las horas de verano, la novia que me traicionó. Pero, verdaderamente, tengo más nostalgia aún por todo lo está por venir que por lo que se esfumó: entre la seguridad que niega el aire y la incertidumbre que me inquieta.

Para leer: Al cumplir lo 80.

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