A los que, como
Ismael, preferimos embarcarnos como simples marineros cuando nos hacemos a
cualquier mar, nos gustan las vidas simples. “Hoy en día, la pesquería de la
ballena sirve de asilo a muchos jóvenes románticos, melancólicos y
atolondrados, asqueados ante las agobiantes preocupaciones de tierra firme, y
que buscan sentimientos en la brea y el lardo”, decía Herman Melville en Moby Dick. Yo, que vivo a lomos de un
caimán encallado y me atolondran las preocupaciones de tierra firme, trato de
despistar esa grisura huyendo de lo mundano.
No creo que sea
pecado escurrir las responsabilidades que a uno le encaja la sociedad, empeñada
en igualar en aburrimiento a cada miembro. ¡Hay muchos modos de escapar de sus
tentáculos! Cada uno, a su manera, trata de hacerlo lo mejor que sabe. Por ejemplo, a bordo
de un ballenero “una sublime monotonía te arropa durante la mayor parte del
tiempo: no oyes noticias; no lees gacetas, los números extraordinarios con
alarmantes informes de vulgaridades nunca te inducen a emociones innecesarias;
no oyes hablar de aflicciones domésticas, ni de seguros de quiebra, ni de caída
de valores; nunca te preocupa la idea de qué tendrás para cenar”.
Mi particular
ballenero ha sido una mezcla de ausencia y de suelte de lastre, un juego de suma cero: por una parte, me he sacudido esos
lazos que a uno le atan a las malas noticias; por otra, he logrado dejar de
prestar atención a los acontecimientos diarios. Nada me importa más que lo que
sucede en las nubes: allí mi vida también
es tranquila.
El pasado
septiembre, Diego Fonseca lo describía certeramente en la genial revista Gatopardo: “Leer periódicos en una
crisis no es someterse al látigo: es pedirlo. Con fruición”. Ahora que he
logrado desprenderme del látigo, me veo rodeado en la mesa navideña escuchando
más de lo mismo. Como volver al instituto, pasados los años, y ver al chaval de
15 años con la scooter que sigue
tratando de chulear, del mismo modo, con diez años más: ridículo.
“Todo, menos el tedio, me da tedio” decía el poeta que, esperando el encanto del amor, se quedó con las manos vacías. Y esperando las buenas noticias parece que un país se desangra en ánimos y esperanza. La alergia se propaga, las puestas de sol se vuelven dramáticas y la tinta de imprenta solo dibuja pesadillas. “¿Pero qué pasa en tu país?”, me preguntaban un par de cubanos que andaban viendo las noticias de España. Que cada cual salve su pellejo, deben de pensar muchos que se creen a salvo.
“Todo, menos el tedio, me da tedio” decía el poeta que, esperando el encanto del amor, se quedó con las manos vacías. Y esperando las buenas noticias parece que un país se desangra en ánimos y esperanza. La alergia se propaga, las puestas de sol se vuelven dramáticas y la tinta de imprenta solo dibuja pesadillas. “¿Pero qué pasa en tu país?”, me preguntaban un par de cubanos que andaban viendo las noticias de España. Que cada cual salve su pellejo, deben de pensar muchos que se creen a salvo.
Mientras, sigo
travesía en ese cascarón de nuez, pues creo que es el mejor lugar para navegar “pues
un barco ballenero fue mi facultad de Yale y mi Universidad de Harvard”, aunque
al atracar en el puerto le dé a uno un vahído. El otro día, por esas cosas del
viajar, acabé en un hospital con un gotero alimentándome las venas. No habían
pasado unos minutos desde que me levantaran de la cama cuando la enfermera, que
me había mimado en horas bajas, entró y me dijo: “Tienes que pasar por
facturación”. Yo, aún tambaleante, pensé que era la mejor metáfora que nunca
había escuchado.
2 comentarios:
Me ha encantado tu escrito. Sin más.
Siento el gotero. Y ojalá estés ya recuperado.
Un beso, Diego, cuídate mucho.
Gracias por la amabilidad! Cada uno tiene su propio ballenero, o sus propias nubes.
Un abrazo
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