11/10/13

Mi ballenero

A los que, como Ismael, preferimos embarcarnos como simples marineros cuando nos hacemos a cualquier mar, nos gustan las vidas simples. “Hoy en día, la pesquería de la ballena sirve de asilo a muchos jóvenes románticos, melancólicos y atolondrados, asqueados ante las agobiantes preocupaciones de tierra firme, y que buscan sentimientos en la brea y el lardo”, decía Herman Melville en Moby Dick. Yo, que vivo a lomos de un caimán encallado y me atolondran las preocupaciones de tierra firme, trato de despistar esa grisura huyendo de lo mundano. 

No creo que sea pecado escurrir las responsabilidades que a uno le encaja la sociedad, empeñada en igualar en aburrimiento a cada miembro. ¡Hay muchos modos de escapar de sus tentáculos! Cada uno, a su manera, trata de hacerlo lo mejor que sabe. Por ejemplo, a bordo de un ballenero “una sublime monotonía te arropa durante la mayor parte del tiempo: no oyes noticias; no lees gacetas, los números extraordinarios con alarmantes informes de vulgaridades nunca te inducen a emociones innecesarias; no oyes hablar de aflicciones domésticas, ni de seguros de quiebra, ni de caída de valores; nunca te preocupa la idea de qué tendrás para cenar”.

Mi particular ballenero ha sido una mezcla de ausencia y de suelte de lastre, un juego de suma cero: por una parte, me he sacudido esos lazos que a uno le atan a las malas noticias; por otra, he logrado dejar de prestar atención a los acontecimientos diarios. Nada me importa más que lo que sucede en las nubes: allí mi vida también es tranquila.

El pasado septiembre, Diego Fonseca lo describía certeramente en la genial revista Gatopardo: “Leer periódicos en una crisis no es someterse al látigo: es pedirlo. Con fruición”. Ahora que he logrado desprenderme del látigo, me veo rodeado en la mesa navideña escuchando más de lo mismo. Como volver al instituto, pasados los años, y ver al chaval de 15 años con la scooter que sigue tratando de chulear, del mismo modo, con diez años más: ridículo.

“Todo, menos el tedio, me da tedio” decía el poeta que, esperando el encanto del amor, se quedó con las manos vacías. Y esperando las buenas noticias parece que un país se desangra en ánimos y esperanza. La alergia se propaga, las puestas de sol se vuelven dramáticas y la tinta de imprenta solo dibuja pesadillas. “¿Pero qué pasa en tu país?”, me preguntaban un par de cubanos que andaban viendo las noticias de España. Que cada cual salve su pellejo, deben de pensar muchos que se creen a salvo.

Mientras, sigo travesía en ese cascarón de nuez, pues creo que es el mejor lugar para navegar “pues un barco ballenero fue mi facultad de Yale y mi Universidad de Harvard”, aunque al atracar en el puerto le dé a uno un vahído. El otro día, por esas cosas del viajar, acabé en un hospital con un gotero alimentándome las venas. No habían pasado unos minutos desde que me levantaran de la cama cuando la enfermera, que me había mimado en horas bajas, entró y me dijo: “Tienes que pasar por facturación”. Yo, aún tambaleante, pensé que era la mejor metáfora que nunca había escuchado.

2 comentarios:

V dijo...

Me ha encantado tu escrito. Sin más.

Siento el gotero. Y ojalá estés ya recuperado.

Un beso, Diego, cuídate mucho.

Anónimo dijo...

Gracias por la amabilidad! Cada uno tiene su propio ballenero, o sus propias nubes.

Un abrazo