2/10/13

Dando vueltas

Todo empezó con una canción, a la que siguieron muchas más, y aunque con retardo,también con la conciencia de estar bebiendo tequila en pequeños sorbos en ese templo de la tristeza y el amor que es la Plaza Garibaldi, en la capital de México. Al pasar por allí antes de cenar, un semicírculo formado por media docena de mariachis cantaban a una pareja que se enredaba en sus cuerpos sin importarles que el mundo acabara en ese mismo momento. Fue entonces cuando quise meterme en el pellejo de esas dos personas que, medio bamboleándose entre ellas, se fundían en una noche perfecta. Y de alguna manera lo conseguí.

Ahora sé que los tres chutes de cortisona, las inflamaciones en las manos y las noches dándole vueltas al cuerpo se lo debo a Moctezuma, de quien sufro su venganza. Pero cuando, con dos amigos, crucé Garibaldi por primera vez para ir a llenar el cuerpo en una tasca repleta de voces y jarras de cerveza, solo pensaba en lo que acontecería esa noche: dejar aquel lugar después de dejarnos la garganta, la sed y, de algún modo, la cartera. Hasta tal punto aquello sucedió que cuando pisé La Habana la mañana siguiente aún llevaba en la cabeza el dolor de una madrugada en vela y algún que otro exceso, incluida la pelea (absurda) de ver quién aguanta más voltios atravesándole el cuerpo. Absurdamente quedó en tablas, no porque alguien tuviera mayor capacidad de sufrimiento como porque pasada una frontera, uno se queda pegado en cualquier cosa, incluido en tu contrincante. 

Y al día siguiente, ya andaba enfilando la autopista central en Cuba (esa que finaliza, abruptamente y en el campo, a la altura de Sancti Spiritus…) hasta el extremo oriental, para darle una vuelta a la isla durante unos días. Una multa por “violación grave”, según el imperturbable policía, un afeitado de barbero en Baracoa y un chapuzón en Guardalavaca, entre otros, marcaron diez días en los que comí tiburón y mucho cacao, de Alto Cedro fui para Marcané, llegué a Cueto, fui para Mayarí y continué por una carretera imposible, cargamos en el coche al menos una docena y media de locales que solicitaban transporte, nos refugiamos de un diluvio en la casa de paja de una familia y tardamos en recorrer 78 kilómetros casi tres horas. 

Ahora, de vuelta a La Habana y con un sol que empieza a esconderse al mediodía, las tardes las resuelvo entre el relax y las lecturas que en el último mes otros asuntos me negaron: anduve demasiado ocupado como para liberar energía para demás menesteres. Otro comienzo. 

1 comentario:

Ferragus dijo...

Lamento tu encuentro con Moctezuma, y es que seguí el enlace que tan amablemente dispusiste, mostrándome sus alcances. Pero ya ves, luego todo se vuelve más llevadero con una jarra de cerveza, música y buena compañía.
Un saludo.
PS
Perdona mi curiosidad, pero qué fue aquello que justificó una multa policial.