11/6/14

Estoy en Alaska

A menudo, el placer de vivir me dejaba sin aliento.

Sergiusz Piasecki, El enamorado de la Osa Mayor


Llegué ayer a Alaska en una noche que no se afianzaba del todo. En un último vuelo que a mi estómago se le hizo eterno (llevaba tiempo sin meterse nada para sus adentros), aterricé en Anchorage con la bicicleta entera y yo a medio dormir, que casi 30 horas de viaje es lo que tiene. Agarré las alforjas de la cinta, pregunté por dónde salían los bultos grandes y arrastré todo hacia la calle.

Anchorage.

Lloviznaba y la claridad del gran norte a las dos de la mañana no era tan generosa como para llevarme pedaleando hacia la casa de mis huéspedes, así que no me quedó más remedio que coger un taxi. Encajamos la bici como pudimos en el maletero y se me ocurrió preguntarle al taxista por el tiempo en verano. Por romper el hielo. Él me correspondió preguntando por el tiempo en mi país hasta que un rato y 30 dólares después, lo que me pagan algunos medios por artículo, llegué a mi destino.

En la puerta de la casa vi un postit en el que me daban la bienvenida. Abrí la puerta siguiendo las instrucciones que, a través de couchsurfing, me había dado Amber y di con mi habitación. Baje las alforjas, mi pequeña mochila y guardé la bicicleta en el garaje… Hasta esta mañana, cuando me saludó el marido, me dio unos cereales que me cayeron a plomo a mi ansioso estómago y me devolvieron al sueño toda la mañana.

Ya preparada mi bicicleta en el garaje (¿Rocinante?,¿niña escapada de la Aurora?,¿cabrá feliz de las pendientes?), ando dando una vuelta por la ciudad, que se entremezcla con el bosque. Ya he visto la primera advertencia en las orillas del lago Cheney: referente a los osos, claro. Seguí camino no se hacia dónde, quizá andando en círculos, hasta sentarme en frente de una chimenea apagada de un sitio de comida rápida… Esto es Estados Unidos.

Una sonrisa de una mujer sin dientes, la amabilidad de la otra que me atendió, de rasgos esquimales, y un helado que me trajo otro muchacho de regalo hicieron las paces con mi apetito. Luego, la amable chica me dijo que me cobraba un café grande al precio del pequeño, como forma de hospitalidad (supongo); y ahora, heme aquí, contemplando a un tipo masticar una bola de comida. Y yo juraría que es el mismo que hace un rato se calzó un par de hamburguesas.

Pdt. De camino a casa escucho música. husmeo un poco y acabo en un servicio religioso bastante divertido de la Church of God in Christ (vídeo de abajo, imperdible).

Pdt. 2. Mañana miércoles, día de acopio (infiernillo, spray anti osos, mapa de la zona), y partiré al día siguiente o el viernes dirección Wasilla, 70km al norte. Por aquí lo contaré.


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