Hacer lo que a uno le da la gana es bueno para la salud.
Manu Leguineche
Puede
que sí me dejara llevar hacia ciertos lugares que me atraían, pero más en mi
cabeza que en la realidad. Ésta, a menudo, discurre de un modo que aunque de
hecho define, moldea y llena mis días, vive lejos de mi cabeza. Una cuestión de
conciencia.
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Dormir
todas las noches de invierno en La Habana aporta perspectiva. Aunque no estoy
demasiado seguro de que fuera por el solo hecho de vivir aquí, la cuestión es
que la transformación se ha desarrollado en mí. A veces me lamento de ciertas
cosas y de muchos días, pero si tuviera que rediseñar de nuevo mi vida es
probable que hubiera hecho lo mismo. Es decir: que para llegar a donde quiero
llegar habría comenzado a caminar como lo he hecho. No me cambiaría por nadie,
ni siquiera por nada. Las experiencias que han tallado mi hoy, para bien y para
mal, son la semilla de mi elegido mañana.
Y
quizá otros inviernos en los que aparentemente mi vida se haya podido escurrir
entre el abatimiento y el conflicto, no hayan sido en vano. La necesidad de
comprender la realidad y de dotar a mi cabeza de herramientas para observar más
allá de las apariencias, las armas con las que puedo –lo noto, lo noto-
enfrentarme a la vida y a las relaciones sociales, incluso mis primeras técnicas
periodísticas que empiezan a aflorar a través de ciertos autores y de ciertas
lecturas… Es imposible que, al repasar todos estos cultivos pasados, nada sea
casualidad.
Thoreau
no puede ser casualidad. La cooperación y las oficinas, las personas con las que
me he cruzado y me han enseñado a alumbrar, sin ellos saberlo, mi camino; las
situaciones y los libros y los estudios y Joan Didion y mi chica y la distancia
desde la que me asomo a mi vida.
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Puedo
aceptar cierta libertad en mis actuaciones, pero cuando realmente estoy
tranquilo, en paz, llega hasta mí la claridad de lo que está por venir. La
confianza en uno mismo creo que es la respuesta en cuanto le hace a uno
persistir o, simplemente, vivir de acuerdo a su naturaleza. ¿Puede uno
renunciar a ciertas cosas aun cuando esas cosas son parte de lo más hondo de
él? En estos momentos en los que un relámpago cruza por mi conciencia, afirmo
rotundamente: no. Pero entre el ruido de la rutina y el miedo, todo es
confusión. De ahí la urgente necesidad de alcanzar eternamente la paz que me
haga vivir escuchando la voz débil que le lleva a uno a la gloria.
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Un
invierno en La Habana puede cambiarle a uno la vida.
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