9/10/14

Un invierno en La Habana

Hacer lo que a uno le da la gana es bueno para la salud.
Manu Leguineche


Ahora que paso alguna noche en vela y me pliego a los recuerdos, creo que lo mejor que podía haber sucedido fue exactamente lo que pasó. No haberlo sabido antes me dio la oportunidad de no equivocarme de camino, puesto que no escogí ninguno. Pero tampoco me quedé quieto en mitad de ninguna parte.

Puede que sí me dejara llevar hacia ciertos lugares que me atraían, pero más en mi cabeza que en la realidad. Ésta, a menudo, discurre de un modo que aunque de hecho define, moldea y llena mis días, vive lejos de mi cabeza. Una cuestión de conciencia.

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Dormir todas las noches de invierno en La Habana aporta perspectiva. Aunque no estoy demasiado seguro de que fuera por el solo hecho de vivir aquí, la cuestión es que la transformación se ha desarrollado en mí. A veces me lamento de ciertas cosas y de muchos días, pero si tuviera que rediseñar de nuevo mi vida es probable que hubiera hecho lo mismo. Es decir: que para llegar a donde quiero llegar habría comenzado a caminar como lo he hecho. No me cambiaría por nadie, ni siquiera por nada. Las experiencias que han tallado mi hoy, para bien y para mal, son la semilla de mi elegido mañana.

Y quizá otros inviernos en los que aparentemente mi vida se haya podido escurrir entre el abatimiento y el conflicto, no hayan sido en vano. La necesidad de comprender la realidad y de dotar a mi cabeza de herramientas para observar más allá de las apariencias, las armas con las que puedo –lo noto, lo noto- enfrentarme a la vida y a las relaciones sociales, incluso mis primeras técnicas periodísticas que empiezan a aflorar a través de ciertos autores y de ciertas lecturas… Es imposible que, al repasar todos estos cultivos pasados, nada sea casualidad.

Thoreau no puede ser casualidad. La cooperación y las oficinas, las personas con las que me he cruzado y me han enseñado a alumbrar, sin ellos saberlo, mi camino; las situaciones y los libros y los estudios y Joan Didion y mi chica y la distancia desde la que me asomo a mi vida.

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Puedo aceptar cierta libertad en mis actuaciones, pero cuando realmente estoy tranquilo, en paz, llega hasta mí la claridad de lo que está por venir. La confianza en uno mismo creo que es la respuesta en cuanto le hace a uno persistir o, simplemente, vivir de acuerdo a su naturaleza. ¿Puede uno renunciar a ciertas cosas aun cuando esas cosas son parte de lo más hondo de él? En estos momentos en los que un relámpago cruza por mi conciencia, afirmo rotundamente: no. Pero entre el ruido de la rutina y el miedo, todo es confusión. De ahí la urgente necesidad de alcanzar eternamente la paz que me haga vivir escuchando la voz débil que le lleva a uno a la gloria.
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Un invierno en La Habana puede cambiarle a uno la vida.

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