13/11/14

El otoño en Nueva Inglaterra

Charles Dickens llegó tarde al otoño de Nueva Inglaterra, pero cuando lo hizo preguntó qué significaba la denominación “trascendentalismo”. Investigó, y tras no quedar conforme cuando alguien le dijo que trascendental era aquello que era “incomprensible”, averiguó que esa corriente filosófica seguía a Ralph Waldo Emerson. “Este caballero ha escrito un volumen de Ensayos en el que, entre alguna opinión producto de la imaginación y la fantasía, hay muchos más postulados auténticos y valientes, honestos y atrevidos. (…) El trascendentalismo tiene sus ocasionales rarezas, pero a pesar de ellas posee cualidades positivas; y, lo que no es menos importante, demuestra una fuerte aversión a la hipocresía y cierta aptitud para descubrirla tras el millón de atuendos de su interminable vestuario. Por lo tanto, si yo fuera bostoniano, creo que sería trascendentalista”, dice Dickens en sus Notas de América.

Hoy estuve en la casa de Emerson. Estaba cerrada al público -abre la temporada turística-
pero, husmeando por los cristales, un tipo que debía de encargarse del mantenimiento me preguntó amablemente de dónde venía. Le conté mi película y me hizo una pequeña visita por esa gran casa. Después me fui al museo de Concord, con una sala dedicada a Emerson (de quien hace tiempo escribí esto) y otra, claro, a Thoreau.

*

Yo he llegado en los últimos coletazos del otoño, cuando el suelo es un eterno crujir de hojas pero los árboles aún no han escupido todas sus ropas: las ramas se resisten a soltar toda su vestimenta en unos días que se prevén helados. A veces me sorprendo a mí mismo tirando de una hoja, tenaz y rebelde, que ignora los mandamientos de mitad de noviembre.

El otoño en Nueva Inglaterra es espectacular. En Nueva Inglaterra, en estas semanas, llueven más hojas que agua: calderos de hojas inundan las casas, los tejados, la carretera, las aceras, las tumbas. Todo tiene un aspecto marrón, tostado, y todos comparten esa ilusión por ser espectadores de esta obra genial. No se preocupan por limpiar insistentemente el suelo porque al día siguiente estará igual. Y prefieren esperar, pasadas las semanas, cuando la belleza ya se haya consolidado, y todo el mundo la haya disfrutado, y nadie se haya quedado sin contemplarla. Porque al menos esa es la sensación que yo tengo: que aquí saben vivir dentro de la belleza sin tener que marginarla únicamente a parques naturales.

Quizá el resumen definitivo del otoño más adelantado en estas latitudes que en en el sur sean los arces rojos que brillan al punto de que sus hojas podrían pasar por farolillos rojos encendidos en la noche; una luz natural que sustituye a aquella que emborrona el cielo y que apenas existe en Concord para así poder ver las estrellas.


2 comentarios:

Jorge Romero Aranda dijo...

Precioso documento, mientras lo leía mis pies hacían chasquear las hojas caídas.Un saludo.

Diego Cobo dijo...

Gracias, Jorge, por caminar al este del edén