Hay libros que se leen con los poros, ciudades que se leen con los pies y lugares que se leen
con ambos. El que emprendo ahora es de esta última clase: “Mis lectores deben
esperar únicamente el grado de salinidad adquirido por la brisa terrestre al
soplar un brazo del mar, o la que se percibe en las ventanas y en la corteza de los árboles a veinte
millas tierra adentro, tras los vendavales de septiembre”, escribió Henry D.
Thoreau de un lugar al que fue tres veces en su vida.
Era Cape Cod y lo recorrió en 1849, 1850
y en 1855. El libro que arrancó de esas experiencias (de igual título) narra su primer viaje junto a su amigo Ellery Channing, que empezó al decir a la la diligencia de la que salieron de Sandwich que los llevase “lo
más lejos que llegase ese día”.
Yo llevo días
mirando el mapa, trazando el recorrido de aquel viaje por “el desnudo brazo
curvado de Massachusetts” para seguir sus huellas. Lo hizo el escritor Clifton
Johnson en 1908 y, en realidad, lo hacen miles de personas en verano: qué
ironías, ese brazo de caminos pesados de arena y refugios para pescadores es
ahora el centro vacacional de la aristocracia americana.
Llevaba tiempo
mascando la posibilidad de visitar Concord, la tierra natal de Thoreau y de
adopción de Emerson; también el lugar donde explotó hace 240 años la Revolución
Americana y los patriotas se apuntaron su primera victoria. Y es ahora cuando
ese imán que toda naturaleza interior tiene y algunos nos rendimos ante ella,
me lleva allá en los finales de este otoño.
“Los europeos que
llegan a América se sorprenden de la brillantez del follaje otoñal. En la
poesía inglesa no dan cuenta de semejante fenómeno, porque allí los árboles adquieren
sólo unos pocos colores radiantes”, observa Thoreau en su ensayo Colores de otoño.
De momento, el
núcleo de esta excusa me está devorando hasta el punto de barrer de mi memoria
los demás puntos de mi trayectoria -siempre abierta-: las obsesiones, aunque
sean sanas, son así. Así que mato el gusanillo y las horas revisando lo que escribió nuestro amigo en su diario en las fechas en las que me arrodillaré ante la
tumba de quien, gracias, alguna vez me cambió la vida. Como esta entrada del 12
de noviembre de 1851:
1 comentario:
Haz caso a tu imán, y con ello, nos regalas un vistazo de ese salobre paisaje. Suerte, viajero.
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