9/11/14

Una ciudad contradictoria

Además de ser una ciudad de cosas inadvertidas, de alguna manera pienso que en Nueva York cada actor desempeña su papel. Es imposible que ellos vayan tan perfectos, que la niebla trepe tan bella entre los edificios, que los gatos caminen por el filo de las vías de tren, que los bomberos salgan de emergencia arrastrando al aire una bandera, que los ejecutivos apuren hamburguesas en patios de mármol y que los aficionados a eso que llaman jogging se pertrechen desde la nariz hasta los pies como si fueran a correr la ultramaratón de Sakura Michi. Los tópicos, a veces, se quedan cortos.

A Nueva York se llega así o no se llega: con ganas de sorprenderse. Salí de la barriga y la ciudad, elegante, seguí ahí, altiva. Esta ciudad, dicen, es cruel con las personas: hoy estás arriba y mañana abajo; trabajas demasiado y esas cosas. Me lo confirman quienes viven y trabajan aquí y pagan alquileres desorbitados. Viskah, por ejemplo, me cuenta que en Manhattan no hay término medio. “O estás eufórico o deprimido”, me explica.

Esta es mi tercera visita a una de la que no me canso de mirar: siempre se descubre algo nuevo.

Nueva York no defrauda aunque la vida pase como un relámpago y los cristales huyan hacia el cielo. El capitalismo salvaje encarnado en la fata de tiempo y en los cafés ensimismados con los teléfonos de última generación. Y como espectador, esto es lo más parecido a un genial zoo donde siempre alguien dice: “Qué pena los animales entre rejas, ¿no?”

Pero a mí me gustan las ciudades contradictorias.



2 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

¿Invivible pero insustituible a lo bestia?

Buena, buenísima foto.

Anónimo dijo...

Algo así, Yeamon. Pienso que hay ciudades que no se paladean con una visita de algunos días; pero quizá establecerse suponga una sobredosis.