Si es por
buscar, mejor que busques –solía decirme– lo que nunca perdiste.
-Martín Caparrós,
El Interior
“Y el fin de
semana, 23 millones de euros”, me dice una mujer que vende cupones . Pero la vida es tozuda, así que me endiña la papeleta para ese día y para otro:
no es que yo persiga la buena fortuna, sino que –a veces– la siento galopando
en mis entrañas.
Iba caminando
con la cadencia habitual en tiempos de reflexión –primero lanzo una pierna,
luego la otra, luego echo la mirada a los costados–, despistado, propenso a los
tropezones. A las piruetas de lo que ya fuimos. Y lo que seremos.
Decidí subir
caminando a casa por aquello de darle la vuelta al pasado: hacía tiempo que el
trayecto, apenas dos kilómetros, no lo experimentaba con mis pies. La última
vez estuve a punto, pero era ya muy tarde y cogí un taxi por aquello de la
noche, la lluvia y los tambaleos. A mitad de camino, la furgoneta del
jardinero: la escalera, herramientas, ropas, él. Todo dentro de un espacio
mínimo. Y un remolque –la mochila.
“Todos mis
bienes los tengo conmigo”, respondió Estilpón –nos cuenta Séneca en sus
epístolas a Lucilio– tras perder a sus hijos, su mujer y su ciudad. “¡Esto es
un hombre fuerte y valiente! Venció a la victoria misma de su enemigo”, continúa
el filósofo.
Subía, como
digo, y aquella ráfaga me acompañó por unos momentos hasta devolverme a esas
ansias por la sencillez extrema. Y entre todas las expresiones que alguna vez
he sentido, fue mi travesía por Alaska la que más salvajemente representa ese
anhelo: “Todos mis bienes los tengo conmigo”. Dentro de mí. La inmensidad desparramada,
la soledad desparramada y todo a cuestas. Y nada –nada de nada: uno mismo–
frente a eso.
Aquellas noches
de tienda de campaña fueron las más felices de mi existencia. En el empeño de
ser, al fin, salvajemente yo, se hizo
fuerte en mí el empeño de darle unas bocanadas a la vida. La manera más
directa, pensé, era dar de pedaladas en algún lugar que representara lo que
bullía en mi interior: una concentración de emociones que, finalmente, me
pusieron una madrugada en unas latitudes extremas.
Hace un año que
puse rumbo a allí. Hace un año que la aguja imantada de la intuición me llevó a
esos territorios: en realidad, hace un año que después de recorrer los
recovecos de mi interior, sucedió que me paseé por la expresión, en tierra, de
mi interior.
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