10/11/15

Las horas en silencio

Eres lumbre de mi lumbre,
eres mi sabiduría.

San Juan de la Cruz, en De la comunicación de las tres personas



El sol chirriaba desde el oeste y yo puse rumbo hacia el oriente, así que la molestia no duró más que lo que tardé en cambiar de dirección. Al poco tiempo, se asomó el pelaje de la luna. Decía el filósofo que, hacia el oriente, no le llevaba “ningún asunto”. Pero yo sentí que por allí se me iba la vida. 

Después viniste tú. 

Caí en la cuenta esta madrugada, cuando el camino era inverso y quien se escondía era la luna y de quien se escuchaba el eco era del sol. El viento, que se levantó allá por las cinco de la mañana, ahondó mis pensamientos: algo extraño. Como si las palabras ya no alcanzaran, como si ya no tuvieran mares en los que hallar sus peces porque éstos, como el salmón, comienzan a subir por el río hacia su final –de los dos.

Cuando eres una hoja en blanco y te garabatean, quedan restos de tinta que salpican. Y esa lluvia que salta es la que más tarde desborda. A mí no me extraña que Rilke dijera a su joven poeta que “cuanto más se lee, más parece que todo está en él, desde el más leve aroma de la vida hasta el rotundo y recio sabor de sus frutos más graves”. Pero no sé qué tipo de lectura: creo que, al final, los ojos solo ven la caligrafía. ¿Con cuáles de los sentidos se leen las palabras derretidas, que son las que se asumen? 

Lo que yo siento, por ejemplo, es que leo con los poros: los de mis ojos, los de mi piel, los de mi alma. Y a pesar de que mi biblioteca es aquella que definía Quevedo (“pocos pero doctos libros juntos”) quizá porque sé –y voy comprobando– que lo que hay en los libros es solo un reflejo de lo que existe tras la frontera de las carnes, mezclo la literatura con el taladro y el quinqué. 

Yo sé que me fundiré a finales de otoño: porque es el límite entre la última hoja que, guerrera y rebelde, se agarra a la rama antes de adentrarse en la desnudez absoluta del invierno. Pero también que prefiero amar y escribir y pajarear mientras contemplo los ojos de esta estación, de frente, porque va siendo apenas entre el todo y la nada, entre tú y yo, entre la ausencia de mi tiempo y las horas del silencio. Como si el interior se fuera amoldando a  lo que siempre punzó los nervios de mi existencia.

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