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| Amanece en Nantucket. |
Entre el par de
reportajes que he escrito de la isla –“esto es un lugar muy remoto”, me decía
la gente de allí– siempre me ha quedado un vacío difícil de llenar. Ahora me
piden un texto de Nantucket, y me preguntan si pueden utilizar uno ya
publicado. Pero les digo que prefiero armar uno nuevo: ¿acaso tomé un avión a
Nueva York, dormí una semana en el suelo; me fui en autobús a Boston, donde me
hicieron hueco en un sofá; alquilé un coche y salí indemne del nudo
de carreteras de Boston –mapa en mano, a la vieja usanza–, paré en Providence (Rhode
Island) para mear enfrente de un supermercado hasta llegar a Newport, donde
dormí en el lugar más extraño de mi vida; subí por la costa, recé en la capilla
de New Bedford como antes lo hicieron los balleneros; rodeé todo el Cape Cod y,
ya así, fui a Hyannis, donde dejé el coche y me subí a un barco que me escupiría
unas horas más allá en Nantucket; acaso hice todo eso para, al llegar aquí,
quedarme de brazos cruzados?
Nantucket
significa “tierra lejana” en la lengua de los indios wampanoag, ya extinguidos. Y
la isla, desde la que partió el Pequod para dar caza al gran cachalote Moby
Dick, tiene 23 kilómetros de largo y apenas 4 de ancho. Como ya no tenía coche
pero sí me hice con una bicicleta y tenía dos piernas, me permití recorrerla
hasta el extremo oeste. Los demás días, los dediqué a merodear por la ciudad de
Nantucket, lugar de culto, lugar de mitos, de literatura, de aristócratas del
siglo XX, de leyendas del mar, de pescadores.
En los muelles
me regalaron un corazón tallado en piedra, el mismo día que acompañé a unos
pescadores a la lonja –eché la bicicleta encima del cargamento de ostras– y que me
comí una ensalada en la calle, pelado de frío. Una noche, recuerdo, me senté junto al faro Brad Point,
respirando un atardecer que se consumía como una vela. De regreso a la casa donde dormía, con una
oscuridad mordiendo sin piedad, me enganché la linterna en la cabeza y surqué
las calles como si fuera Jonás y Nantucket el vientre de una inmensa ballena de
la que no quería salir.

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