16/6/16

Quema

Dicen aquí que este año trae pocos mangos, pero los árboles están preñadísimos. Dicen también, que hace mucho calor, pero cae la tarde, los cangrejos salen de los escondrijos que escarban en la arena, el viento comienza a azuzar y me cubro con manga larga: tengo frío.

No es Gambia un país para gente con prisa, aunque si un chófer puede esperar una hora a que se llene el automóvil con el único hueco que queda, no sé por qué tienen tanta prisa en el camino y apenas dejan tiempo para subirse, acomodarse, salir con parsimonia de las estaciones de vehículos que aquí llaman garages.

Ayer, que me pasé más tiempo dentro de vehículos que afuera, viajé junto gente variopinta, aunque quien más me sorprendió fue un enfermo inconsciente que, al darme cuenta, ya iba rumbo al hospital. Esto lo supe cuando el camión destartalado atravesó la portilla abierta de un recinto, saltó sobre una fosa y descargó al enfermo en la puerta del hospital. Sacaron al muchacho en volandas y el vehículo, con igual ritmo frenético, salió por la puerta de atrás.

Ahora, a las espaldas de esta playa ya envuelta en la noche, solo se escuchan las espuelas de las olas. Se oyen y se intuyen, porque la noche es negra sin matices y la cadencia del roncar del mar parecen los disparos de una metralleta.

No es África un continente para gente con prisa aunque en los transportes públicos se encaramen muchachos en pleno movimiento, cuando la carretera quema. Es verdad: aquí todo quema. El futuro, el pasado, el presente. Las calles queman, y nuestra historia quema, y el camino para llegar aquí -titubeando- por los vericuetos en la promesa de llegar a algún lugar. Ese, como tú, también quema.

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