He matado algunas moscas
para sentirme asesino
no por ganas de matar.
– Carlos Chaouen, en Carita
de pena.
La poesía está
en el caminar, cuando los pies peinan el suelo como labios que besan a su
amante. La poesía está en los pliegues de un atardecer, entre las últimas
pezuñas del sol y los primeros aullidos de la noche. Por ahí, si buscamos,
encontraremos algo que merezca la pena vivir, compartir, asumir. Quizá
escribir, aunque a veces escriba más poesía quien camine contando los pasos que
quien riegue con palabras las librerías.
De retorcer el
pescuezo, hacerlo mejor a las nubes que a los demás, una tendencia cada vez más
apretada en esta sociedad que promueve la individualidad, la competencia y el
aislamiento: qué ganas de asesinar tenemos.
Lo vemos en la
calle, en las redes sociales, en las ganas de opinar sobre todo: una fuerza que
solo contiene un dique que no hace falta forzar para reventarlo y disponer, uno
tras otro, juicios sobre esto, aquello y lo de más allá.
Reconozco que me
sorprenden esas ganas de colgar del campanario a cualquiera. Ya no hacen falta
pretextos furiosos: basta una noticia en el periódico, un hecho en la calle,
una confusión de alguien para ajusticiarlo con una rabia que, quien la dirige,
seguramente no sepa que es contra sí mismo.
Dicen algunos
que estamos huérfanos de líderes; otros, que la condición humana es miserable,
como expidiendo sellos de esencia humana sin mojarse las rodillas, mucho menos los
tobillos. Otros aseguran que el hombre es malo por naturaleza, que todo es
política, que de la poesía no se vive, que el país crecerá al 3%, que el Madrid
ganará la liga. Por decir, por hablar, sobran las palabras una vez demolida la
inocencia.
Cuando ganó
Dylan el Nobel, los ejércitos sacaron las armas: el bien contra el mal. Y entre
todo, el aludido no se dio por aludido, y prefirió magrear las cuerdas de la
guitarra en Las Vegas mientras los demás se defendían de sí mismos adoptando
una postura. Me pregunto de qué sirve –“quisiera yo saber”– defender algo tan
lejano si no es tratar de sellar las convicciones de uno. ¿Y si en lugar de debatir
algo tan estéril pusiéramos un disco, escucháramos unos versos y quizás, ese
acto cambiara nuestro día, nuestro año, quizás nuestra existencia?
Es extraño, por
no decir exótico, leer algo en la prensa que nos incumba a todos. La mayoría de
quienes aparecen en la televisión, escriben o hablan en la radio defienden una postura para
defender su vida, como si una nube no pudiera estar colgada sin sujetarse en
otras nubes. ¿Y si habláramos del cielo?
Una cosa son los
aplausos y otra la rectitud. Dicen que estamos faltos de referencias, como si
éstas estuvieran de moda, como si el alma mudara de piel cada dos siglos. El otro
día escuché, de una persona que tengo en alta estima, “que la sociedad había
evolucionado”. Se refería a la tecnología, a los inventos, a la rueda y el
vapor de hoy, aunque en ese momento caí en la cuenta de que esa sociedad a la
que se refería estaba demasiado asfixiada por las obligaciones –y el yo– de su tiempo: el
suicidio ya es la primera causa de muerte no natural en nuestro país.
Yo no creo que
se trate de expedir nada, sino de incorporar en el arqueo de nuestras piernas todo lo que esparcimos en un radio que internet extiende hoy a todo el
mundo. Solo así podremos, como soñó Lorca en Nueva York, ver “brillar nuestro anillo
y manar rosas de nuestra lengua”.
1 comentario:
Había perdido la costumbre de entrar aquí... las buenas costumbres no deberían perderse.
Un saludo.
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