8/7/10

Sensaciones palestinas (IV)

Brincar de una desgracia a otra no es fácil, aunque uno ya amolda la conciencia. Digamos que es el mismo perro con distinto collar. En la pequeña aldea de Ajua, a más de 220 metros bajo el nivel del mar, a una docena de kilómetros de Jericó, el odio les llevó el agua; el odio y 80 pozos que construyeron los invasores y que permitió que las llanuras donde a principios de los 90 crecían los bananeros con furia juvenil, hoy tan solo sea una estepa árida y polvorienta. Es el valle del Jordán, donde hace años un chico palestino de color tostado se zambullía desde lo alto de un pedrusco a un río con cuatro o cinco metros de profundidad. Hoy, julio del 2010, tan sólo se ve un pequeño pozo en el que se pelean cientos de renacuajos por sobrevivir. Por ese lecho caminamos un rato bajo el infernal calor.

Un rato para reposar las injusticias en Jericó, comer algo típico y templar el cuerpo con un poco de té para partir al norte de los Territorios, a Nablus. Llegamos sorteando carretaras realmente imposibles, esquivando montañas por un puerto infumable, pero que a su vez suponía una atalaya con unas vistas privilegiadas del valle del Jordán. ¿A quién preguntamos si nos perdemos? Me bajo del coche y le pregunto a un tipo que casualmente está en medio del desierto parado con el coche. Me dice que todo recto. Aquí preguntas algo y siempre dicen que todo recto.
Siguiendo sus indicaciones, llegamos hasta un tipo que regula el tráfico pues hay obras. Un judío de mala hostia. Como son el país ocupante, desconfían. Tienen que hacer obras en la carretera y tienen a dos tipos de seguridad con dos fusiles, uno a cada extremo del área en el que trabajan. Claro, al lado había un inmenso asentamiento judío.

Los judíos se van a esos settlements porque las casas ahí son más baratas. Los programas de inmigración de aquí son la virgen. Para poblar la maldita tierra santa trajeron a un millón de rusos supuestamente judíos. Pero se crearon mafias y a gran cantidad de mujeres las metieron a putas. Así es este maldito país.

Llegamos a Nablus y nos entrevistamos con el director de una organización que trabaja en el campo de refugiados de Balata. Es difícil seguirle el discurso porque los niños del centro gritan. Después, ya más calmadamente, un chaval nos acompaña por el campo de refugiados. Explica algo,pero con observar basta. Son 25.000 personas apiñadas, el 60% menores. Su dulzura es inceible. Si no me han dado la mano 50 niños en un día no me la ha dado ninguno. Se te acercan y te rodean, juegas con ellos al fútbol. Pero en sus angostas calles ves la mierda, la basura y las desgracias de esta gente. Tienen sus comercios y sus sistema, porque fue establecido el campo del 1951. Y desde entonces llevan allí sobreviviendo.

Hoy, y con la mayor honestidad que cabe en la vida de estas personas, no me puedo sacar de la cabeza ese verso de Neruda: "Niégame el pan, el aire/la luz, la primavera/pero tu risa nunca/ porque me moriría". Es lo único propio que tienen. Y aún tienen la valentía de regalártelo.

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