31/8/10

Aventuras vietnamitas (II)

Este camino
ya nadie lo recorre
salvo el crepúsculo.
Matsuo Bashô

No es el pueblo vietnamita especialmente agradable con el extranjero. Hay algo en su composición que les niega echarte una sonrisa o simplemente devolverte un saludo o un gracias. A saber... Pero mientras sus caras a veces congeladas se mantienen así, como petrificadas, a alguno, de vez en cuando, le da por ser amable. Pero aquí no es demasiado común.

Esa era una de las conversaciones que ayer, hasta las tres de la mañana, tuve con Mari Cruz en la cubierta del barco en el que dormimos en mitad de la Bahía de Halong. A algo más de 150 kilómetros de Hanoi, este paraíso dibujado por algún sueño loco, guarda lo más descabellado y encantador de lo místico. Sus 3.000 islas parecen talladas por el deseo del más soñador de los poestas. Sin embargo, los vietnamitas lo atribuyen a una leyenda. Y el dragón protagonista de ésta, dicen, sigue habitando las aguas. Pero de momento, a pesar de que ayer nos estuvimos zambuyendo en mitad de la bahía, no hemos hayado sospechas de su existencia.

Los atardeceres en esta belleza natural, reservado al lugar más sagrado de los placeres, supongo que tenga escasos rivales en todo el mundo. Clavar o barrer con la mirada el reflejo del sol anaranjado en las mansas aguas, mientras una pequeña barca pesquera interrumpe con un motor sonoro, que parece que se ahoga, que retumba en medio de la paz; esperar a que la oscuridad oculte el peñón más cercano y en el cielo empiecen a arder estrellas por miles. Porque aquí no llega ni el murmullo del trajín que se respira en las ciudades, ni por asomo se imagina que las nubes de humo de Hanoi existen: tan solo paz y naturaleza.

Acariciando ya finales de agosto, el chapuzón de hoy fue, cómo no, inevitable. En una pequeña isla cercana a Cat Ba, desde donde ahora aporreo el teclado y me derrito a pesar de que la noche cayó hace horas, fue casi con total seguridad la mayor de las dosis de placer diario. La humedad es agotadora, derrite. Qué mejores razones para no salir del agua que el calor.

Poco a poco pisamos territorio vietnamita y nos mezclamos con locales. Mañana regresamos a Hanoi para pasar la fiesta nacional de independencia allí; después, el miércoles noche bajaremos en tren hasta Hue, antigüa capital imperial. Aún aguardan semanas de viaje por estas tierras. Algo contaremos desde un país demasiado diferente, enriquecedor, variado y apasionado como para no mantener al filo de los sentidos cada sensación, cada aroma, cada capricho de la imaginación.

2 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

Acaso no miramos nosotros mal a los Moros, Rumanos, Guiris, etc., que vienen por aquí. Con ese guiño de: 'Ni se te ocurra quitarnos lo que es sólo nuestro. Mira, pero no toques. Y tampoco mires demasiado'...

Anónimo dijo...

los guiris se lo merecen!!!