12/9/10

Aventuras vietnamitas (VII)

No he dicho a nadie
que estuve a punto de llorar.
Requiem, de Pepe Hierro

El agobio no cesa. Al del calor del ambiente se le suma el de la gente, el de los engañabobos, los avispados que despistan al despistado, los de los mototaxis que primero te dicen 100.000 y acabas yendo por 20.000 con la mochila a cuestas y zigzagueando por las calles de Can Tho.

Total, que llego a la estación después de despedirme de Mari Cruz y Quique, mis queridos compañeros de viaje, y el boleto me recuerda que tengo asiento asignado. Y que el autobús tiene aire acondicionado, aunque luego compruebo que es una especie de vapor de agua (serán mis delirios). No es extraño que uno se alegre de que el autobús tenga esas comodidades. El que en tu billete, quien los vende haya escrito un número difuso que se asemeja a un dos, es todo un triunfo. Significa que es una autobús mínimamente serio, que tiene un horario y paradas establecidass, que llega a una hora predeterminada.

Unos días antes, llegamos a Can Tho desde Saigón, ahora llamada Ho Chi Min City. El autobús, o llámase microbús, o mejor aún, furgoneta, es de esos trastos que te ponen la música a toda pastilla (en este no había karaoke), te malsientas donde puedes y la gente fuma adentro, sube bolsas de los olores más insoportables que uno imagina. Y lo más desesperante: el tipo decide arrancar cuando el bus se llena. Esta vez no esperamos más de 45 minutos. Tuvimos suerte. Recuerdo un viaje en una furgoneta de este tipo que me llevaba desde Mbabane hasta Maputo, que estuve más de tres horas esperando sentado como un imbécil.

En las estaciones de tren de Vietnam te rondan los taxistas y te los tienes que sacudir; en los puertos te invaden las vendedoras de agua y patatas; en las estaciones de autobús, que es el trasnporte más común entre los vietnamitas, cuando el autobús (o furgoneta) está entrando, rodean los conductores de mototaxis el vehículo y echan a correr como si de escoltas se tratara. Cuando bajas, te rodean y te bombardean. Así se ganban la vida. Es el medio de transporte más accesible, más democrático y universal entre los ciudadanos dados los bajos precios.

Entre esas aventuras regateo al tipo que pretende llevarme al puerto, que finalmente me cobra cinco veces menos, y me suelta en una oficina de venta de billetes de barco. Pregunto y me cobran 15 dólares. Le digo: “Espera, voy a comprobar precios”. Hay muchos barcos que parten hacia Phu Quoc. Recorro unas cuantas oficinas y el precio es exactamnte el mismo en todos los sitios. Lo compré en una de las compañías que nombra la Lonely Planet, la biblia de esta aventura.

Esa desconfianza es la espada que hay que blandir en muchos países, incluido éste. Sino, seguramente, te descalcen en cualquier lugar que pises: hoteles, taxis, puestos callejeros, tiendas. En cualquier lugar, en cualquier momento. Agota regatear a todas horas. Y a veces uno se pregunta si pagan justos por pecadores, si no ofreces lo suficiente a costa de haber pagado demasiado en otro sitio. Pero al fin, uno recaba recuerdos y concluye: “Si no lo vale no te lo dan. Ellos no van a perder”.

En media hora embarco hacia la isla de Phu Quoc. Es una especie de isla salvaje en el Golfo de Tailandia que, de momento, el turismo no ha robado su encanto. Apenas hay asfalto, sino un polvillo rojo, y apenas está urbanizada un pedazo de la costa oeste. Es un contraste con lo vivido hasta ahora, con los impresionantes, abarratados y soñolientos mercados flotantes. Pero, imagino, será igual de gratificante.

Los trenes se van, las estaciones se quedan.
El agua se agita, las islas aguantan.
La nubes desaparecen, el cielo no.
Los coches se queman, el asfalto quema.
Los poemas se sienten, la gente no siente.
Los niños crecen, los viejos decrecen.
El mundo gira, las personas dejan de girar.
Yo me voy. Y tú no estás.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy descriptivo, casi se puede sentir el agobio (y los olores). Y luego uno se queja del Alsa, yo habría muerto seis o siete veces en una furgo de esas ;-)

Yeamon Kemp dijo...

Ir en esos medios de transporte conlleva entender muchas cosas. Es, de alguna manera, ser menos extranjero allí.