30/5/12

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Nos desplazábamos a oscuras, en la frontera entre la medianoche y la vigilia. Eran horas propias de secretos,  de intenciones silenciosas. Es la ventaja de los territorios nocturnos, que apedrea a la rutina y la imaginación estalla por los aires. Despreocupado entonces de todo nudo que asfixia, me vi en la encrucijada de sacar la lengua o el dedo corazón y profanar la carne del día.

Nunca fui de reservarme los buenos momentos para las multitudes; siempre creí que la soledad era más dolorosa en una discoteca que en mi habitación. Y antiguamente, cuando soñaba y lloraba en alto, aquí dejaba la correspondiente señal, como si fueran las migas que me recordaran el camino de vuelta en noches sucesivas. Pero siempre volvía por otro camino.

Eran noches de cortes de mangas, de luces y sombras, de nostalgias paralelas a una vida que no siempre estaba al alcance, de seducción, a veces logradas, otras fracasadas. Pero siempre volvía al lugar de partida, volvía a dudar de la duda, volvía a colgarme a la incertidumbre. Consecuentemente, amanecía tarde, cansado, agitado, sudoroso, con los párpados revueltos y los ojos cegados. A eso me achacan la blancura de mi piel.

Confesaré que el ánimo, que por el día decae, resurge por la noche. Es un fastidio, porque ahora por las mañanas trabajo y estoy de exámenes;  por las tardes no me concentro y al día siguiente mediomadrugo, por lo que el tiempo para estudiar me lo invento. Aun así aprobaré. Es un desafío demasiado personal como para fallarme (una vez más).

Con todo, el día, ante mí, se sigue presentando sin coartada. Quizá sea por eso por lo que tengo una inclinación predilecta hacia el invierno, las noches largas y la temperatura suave. Pero aún no estoy seguro.

Otros noctámbulos consabidos y cómplices refuerzan mis interioridades. Supongo que fue en el silencio de la noche donde tomé mis decisiones, y las próximas yanheladísimas también serán en ese escenario.

Lo que no puedo dejar de confesar, rastro de aquellos llantos y carcajadas que me picaban en la pantalla, es que en las últimas semanas me alarma la vida desabrida, a sabor de pasillo de hospital. Me tiene en jaque, con gramos de sal por sangre y una cara inexpresiva que mira todo sin ver nada.

2 comentarios:

V dijo...

Mi mejor amigo siempre dice: esto, también pasará. Sea bueno, o sea malo. En realidad es lo único que sé. Y siempre lo hace. Es lo que tiene la vida, que nos empuja a seguir queramos, no.

Mucho ánimo con tus exámenes, Diego. Y muchos besos.

V dijo...

*o no