Nos
desplazábamos a oscuras, en la frontera entre la medianoche y la vigilia. Eran
horas propias de secretos, de
intenciones silenciosas. Es la ventaja de los territorios nocturnos, que
apedrea a la rutina y la imaginación estalla por los aires. Despreocupado entonces
de todo nudo que asfixia, me vi en la encrucijada de sacar la lengua o el dedo
corazón y profanar la carne del día.
Nunca fui de
reservarme los buenos momentos para las multitudes; siempre creí que la soledad
era más dolorosa en una discoteca que en mi habitación. Y antiguamente, cuando
soñaba y lloraba en alto, aquí dejaba la correspondiente señal, como si fueran
las migas que me recordaran el camino de vuelta en noches sucesivas. Pero siempre
volvía por otro camino.
Eran noches de
cortes de mangas, de luces y sombras, de nostalgias paralelas a una vida que no
siempre estaba al alcance, de seducción, a veces logradas, otras fracasadas.
Pero siempre volvía al lugar de partida, volvía a dudar de la duda, volvía a
colgarme a la incertidumbre. Consecuentemente, amanecía tarde, cansado,
agitado, sudoroso, con los párpados revueltos y los ojos cegados. A eso me
achacan la blancura de mi piel.
Confesaré que el
ánimo, que por el día decae, resurge por la noche. Es un fastidio, porque ahora
por las mañanas trabajo y estoy de exámenes; por las tardes no me concentro y al día
siguiente mediomadrugo, por lo que el
tiempo para estudiar me lo invento. Aun así aprobaré. Es un desafío demasiado
personal como para fallarme (una vez más).
Con todo, el
día, ante mí, se sigue presentando sin coartada. Quizá sea por eso por lo que
tengo una inclinación predilecta hacia el invierno, las noches largas y la
temperatura suave. Pero aún no estoy seguro.
Otros
noctámbulos consabidos y cómplices refuerzan mis interioridades. Supongo que
fue en el silencio de la noche donde tomé mis decisiones, y las próximas
yanheladísimas también serán en ese escenario.
Lo que no puedo
dejar de confesar, rastro de aquellos llantos y carcajadas que me picaban en la
pantalla, es que en las últimas semanas me alarma la vida desabrida, a sabor de
pasillo de hospital. Me tiene en jaque, con gramos de sal por sangre y una cara
inexpresiva que mira todo sin ver nada.
2 comentarios:
Mi mejor amigo siempre dice: esto, también pasará. Sea bueno, o sea malo. En realidad es lo único que sé. Y siempre lo hace. Es lo que tiene la vida, que nos empuja a seguir queramos, no.
Mucho ánimo con tus exámenes, Diego. Y muchos besos.
*o no
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