11/2/13

De La Habana hasta mí

Ruedan los coches en La Habana y a su paso parece que todo el pasado se volviera de repente extenuante. Será la nostalgia atravesada en el crepúsculo de los 26 lo que me hace vivir en el otro lado de los sueños juveniles, de los pactos de entonces. Cuando no hay más leña que quemar y cayeron los mitos inflamados, cuando al besar el cielo lo encuentras empañado de humo, y una tarde, tan solo una tarde, te hundes en las deudas que cada día estás más dispuesto a no saldar… Entonces te encuentras con la boca abierta anhelando un trozo de pura atmósfera. El lenguaje de los triunfos y el amor, de la soledad y las ciudades. 

Todo se detiene con sus signos de interrogación y mis respuestas tan lejos de todo y de mí, y una sensación de paz postergada por versos que conozco hace tiempo y ahora, tres ciudades después, otra cárcel donde correr por el asfalto lleva al mismo lugar, y la luna no se ve cuando estalla en exuberancia, ni las montañas hacen eco y una pequeña terraza, que quisiera llegar hasta el mar, se queda en un vecindario deflores marchitas. 

¿Quién eres tú?, me interrogo en las noches silenciosas cuando escucho los espejos donde me miro, cuando me muevo entre los espacios de los libros y mi cuerpo quiere echar a correr por algún territorio de síntomas desconocidos. 

Rompen las olas en La Habana. La furia con que se estrella el mar y corta la carretera, y San Lázaro queda atestado de despistados y de mí, que levanto la cabeza por encima de los hombres pero no de mi corazón y comienzo a arder como la estrella que enciende el verano de mi jardín. Y el espíritu de un verano eterno se queda como el fantasma de Tom Joad pero no lo suficiente como para comenzar el baile que me lleva hasta ti porque cada día pienso menos en pagar las deudas que contraje en otra vida, en la cabeza.

 Las películas que escojo al azar lo dicen, las cunetas lo sugieren, mi cuerpo me lo exige, las mañanas me lo chivan y las noches lo reclaman. Todo apunta a un lugar que me ha dado por ignorar donde todo, mi universo incluido, encaja, donde la inercia sigue agitándose cada vez con mayor debilidad, en un lugar donde las estaciones se detienen un momento y las hojas se balancean en el aire, y se cubren de blanco, y estallan casi tanto como las ganas abrirse al horizonte y el sol aparece en los días más extraños, y la belleza se divide como la libertad de todo lo salvaje.

Con el puño aprieto, hasta dejarme el aliento, todo lo que cabe en la mano de un agotado cazador de nubes que confundió el lugar donde se calzaban las alas y comprendió que no podía volar tan lejos de sí mismo. Y que, cada día que pasaba, ve más cercano el día en que cuerpo y alma se entrelacen los dedos. Y ser, al fin, salvajemente yo.

3 comentarios:

Miguel dijo...

Es bonito meterse en cuerpo y alma en el paisaje. Nunca te engaña. Eso es viajar.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

¡Será por venas y arterias!
El mejor viaje es el interior.

V dijo...

Cuba tiene que tener algo... que todo el que llega se la lleva en el corazón.

Si me permites le paso el lazo a una amiga nacida en Cuba, criada, crecida, en España. Pero que será siempre cubana.

Un beso, Diego.