Sería difícil exportar las costumbres de aquí a
cualquier lugar del mundo sin elevarlas a la categoría de exótico. Ciertamente,
en Cuba se pueden hacer y ver cosas curiosas poco -o nada- extendidas en otros
rincones del planeta: ir a trabajar en un Chevrolet del año 53, cortarse el
pelo en una relojería -y arreglar el reloj en una peluquería-, no poder comprar
una botella de agua en una gasolinera porque afuera el camión cisterna llena
los depósitos de gasolina (¿?), ver caer una ventana
de casa, desde un piso 14, en una noche de tormenta, ir a un concierto de Pablo
Milanés y conocer, de carne presente, a la Yolanda que ya es mito o ir a hacer
la compra en autobús y que una madre siente a su bebé en tus piernas.
Pero esto es Cuba, un país singular, un animal
extraño, por lo que sus manifestaciones responden a esa composición cultural de
una sociedad que, irónicamente, guarda un especial cariño a España, la madre patria. O quizá no sea tal la ironía, sino cosas del
pueblo, ajeno a los intereses de los de arriba (¡ay, Aznar; ay, Espe!) que
juegan sus partidas de ajedrez utilizándonos como peones. De hecho, las
coincidencias en el universo de la diversidad cultural son inmensas.
Pero entre todo ese mundo de manifestaciones, me
causan más curiosidad las que más se diferencian de las que dominan nuestro país. Desde las
filas, institución cubana presente en cada esquina -para comprar café
hasta para comprar una pizza-, los intentos de sacarte un dinero de más -y la
desesperación correspondiente- en el mercado, el funcionamiento de muchas cosas que en
cualquier otro lugar no funcionarían o los piropos.
España no es ajena a ese lenguaje del piropo, asociado a los
albañiles (cuando existían), y que tantas críticas levanta. Al margen de esas
consideraciones machistas, los piropos, o acosos, son más ingeniosos aquí,
como son más ingeniosos con casi todo lo material que tienen entre sus manos. Como
hombre, no puedo opinar demasiado sobre el asunto porque, sencillamente, no he sufrido
dicho acoso más que un par de veces, en dos países lejanos, en un par de
contextos comprometidos. No obstante, nada que ver con aquella oleada de violaciones a hombres en Zimbabwe.
Después de escuchar varias de esas frasecillas, no
sabía qué más comparaciones se podían hacer después de que no se librara de las
redes del acoso ni las metáforas con el peso cubano. Sin embargo, pensé, tanto ingenio para nada
en el país donde con más saña los hombres giran el cuello ante el paso de mujeres.
El caso es semanas atrás iba a casa en taxi colectivo cuando
conversaban el conductor y un pasajero del asiento de atrás. Yo iba en el
asiento delantero y, en un breve parón en la carretera antes de un cruce, pasó
una chica delante de nosotros, que subió por el camino. El otro pasajero giró
el pescuezo mientras yo esperaba a que el conductor arrancara de nuevo, pero éste estaba ocupado mirando con cara de vicio a la muchacha mientras, en un suspiro, le gritaba: “¡Qué abusadora, mami!”. Y aceleró.
5 comentarios:
Jimena no deshoja las margaritas / por miedo a que le digan todas que sí.
Nunca me han gustado los piropos, pero este me encanta...
Un abrazo.
En Tenochtitlan ocurren cosas parecidas, empezando por el nombre. Si España es un país de pandereta, México es de pandereta y además surrealista. Es capitalista, pero en plan desmadroso subdesarrollado, tropicaloide y guapachón.
Salud.
Hacía tiempo que no visitaba el Edén y me han gustado mucho estas crónicas habaneras.
un placer Oesido!
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