8/8/13

Ir a la moda

El domingo, bajo el cielo abrasador del agosto habanero, el taxi colectivo que me sacó de mi barrio me hizo coincidir con una mujer. Ella, con su hijo encima para pagar únicamente el viaje de una persona -algo normal, por otra parte- llevaba gafas de sol, en las cuales aún resplandecía la pegatina en el cristal. Iba a la moda.

En Cuba no es fácil ir a la moda porque los trapos de mínima calidad son caros y los bolsillos están menguados, pero a esa conjugación imposible se le une la magia inexplicable que se hace cotidiana en esta isla. Las gafas de sol, de plástico abombado, estaban impecables, pero el borrón en mitad del cristal izquierdo la delataba, al menos en mi imaginación: vas a la moda un día y devuelves el artículo después de pasearlo.

Eduardo Galeano cuenta en Patas arriba. La escuela del mundo al revés una práctica similar de relatos parecidos en Chile, desde la familia que se pasea por un supermercado con el carrito lleno de comidas y, después de que los hayan visto, se van a hurtadillas dejando el carro dentro del supermercado hasta aquel que va en el coche en verano, por la ciudad, con las ventanas cerradas para hacer ver que tiene aire acondicionado cuando, en realidad, se está cociendo dentro.

Hará tres meses que iba absorto en un taxi rutero, a mitad de precio entre el taxi colectivo y el autobús, cuando embebido en la música que me surtían los auriculares un tipo me tocó el hombro. No sabía qué quería y no le entendí muy bien, hasta que me sacó su teléfono móvil y me dijo que si yo quería él me podía pasar música: lo que quería hacer es enseñarme su impecable teléfono móvil. 

La reacción a ciertos complejos aumenta cuanto más complejo se siente. En España lo hemos comprobado -y ahora todo el mundo sabe por qué-, pero aquí, donde nadie tiene deudas, es más enigmático. Que nadie de fuera trate de comprender el encaje de bolillos de las cuentas, que es imposible.

5 comentarios:

V dijo...

Personalmente de esta cadena estoy bastante liberada. Llego al punto de que mi novio me dice que cómo puedo seguir llevando unos pendientes que bien podría llevar su abuela -añadiendo que no le pone nada o.O- o por qué voy siempre tan... zarrapastrosa (esto no lo dijo así, pero no hizo falta). En mi caso reconozco que el pasotismo es infame, pero es que en serio, me la pela mucho el tema en general. O no tanto, pero me compro lo que a mí me gusta, no para que nadie lo mire, no soy un árbol de navidad.

Tal vez ahí la respuesta. Símbolos que atraigan, que diferencien, que pretendan evidenciar que esa diferencia existe -cuando la mayor parte de las veces indican lo contrario-.
Quién sabe... porque fíjate, tal vez sea lo contrario.

Un beso, Diego.

Ferragus dijo...

El eterno juego (hecho arte a estas alturas) de parecer.
A propósito del párrafo donde aludes a Galeano, y sin haber podido confirmarlo, recuerdo que a finales de la década de los ochenta, se comentaba que en el centro financiero de Santiago, podías ver a más de uno simulando hablar con una burda imitación de un teléfono móvil.
Un saludo, Diego.

Miguel dijo...

Muy visual el argumento que planteas, Diego. Ir a la última siempre será un signo de distinción, aquí, allá o más allá. Y cada cual hace lo que puede...

Un abrazo.

Unknown dijo...

Vaya, soy de Chile e primera vez que escucho o leo sobre ese tipo de cosas ocurriendo en mi país XDD Y eso que he leído a Galeano bastante.

Yo creo que el arte de fingir lo que no se tiene pasa en todas partes del mundo.

Es un defecto del eterno ego humano. Una cosa lamentable.

Anónimo dijo...

signos de distinción, pero también de esclavitud, y muchas veces inconscientemente.

De Cuba aprendo mucho, aunque hay cosas que no me gustan, y por las que ha pasado España. Creo que lo que comento es signo de ello.

Lector indiscreto: en Patas ARrriba Galeano lo cuenta. Mañana pongo aquí el contexto.

Gracias por pasearos por aquí ;)