11/2/14

Hacer periodismo

El último reportaje que he escrito, un trabajo sobre mujeres con negocios privados en Cuba y que se publicará en los próximos días, comienza así: “Iliana quiere ser albañil”. Tres mil palabras después, el texto acaba con unos puntos suspensivos.

Le debo a Pikara Magazine demasiado en relación con este trabajo. No solo porque les interesara a la primera de cambio (creo que un texto de esta temática acerca de un país que anda remodelando su estructura económica, tiene interés), que también, sino porque respeten el contenido desde la primera hasta la última coma. Además, por llevar aparejado un análisis sobre las mujeres de la isla dentro de este colectivo, corrigen tus errores: las buenas intenciones no bastan a la hora de abordar un texto.

Es un placer publicar en lugares donde las editoras de traten con mimo, a ti y a tus textos, que crean en la transformación a través de las palabras y que, encima, tengan la capacidad profesional de llevar a último término los matices más profundos sobre un tema, en este caso sobre las mujeres. Que te enseñen. Ningún otro medio creo que en un reportaje así hubiera sugerido ciertos -pequeños pero inmensos- cambios.

Yo aspiro a ser buen periodista, y eso no es nada fácil. La prosa a veces es el adorno, los fuegos artificiales que empañan el contenido. Y aquí ya es más difícil dar en el clavo: las buenas intenciones son necesarias, pero nunca suficientes. En el mejor de los casos, caeremos en el buenismo; en el peor, en la reproducción de la realidad que, en ocasiones, es precisamente lo que queremos cambiar.

A veces me pregunto cuál es la tarea de un periodista, y en las cúspides de optimismo que a veces me invaden siempre llego a la misma conclusión: es, sencillamente, vocero de las acciones.  Pero hace falta más. No basta con encajar, una detrás de otra, oraciones. Tampoco hacer brillas la redacción, a veces sencilla. Porque ser buen periodista es muy difícil. Puedes aburrir o puedes enganchar desde el principio.

Tom Wolfe comenzaba reportajes de modos que en la mayoría de medios tradicionales te correrían a gorrazos. Por ejemplo, en un reportaje titulado Voces de Village Square, empieza así: “¡Hai-ai-ai-ai-ai-ai- ai-ai-ai-ai-ai- ai-ai-ai-ai-ai- ai-ai-ai-ai-ai- ai-ai-ai-ai-ai- ai-ai-ai-ai-ai-reeeeeeeeeeeeeeee! Oh, querido y amable Harry, con tu peinado de gángster de película francesa, con tu camiseta de cuello alto de la Ski Shop y encima tu camisa de algodón azul de economato del Ejército y la Armada…”

Uno lee estas cosas y es imposible que no se lance a tratar de imitarlo, dentro de sus posibilidades. Pero sobre todo, a lanzarse a contar historias de la gente anónima, fuera de los nidos infectados de políticos que solo cuentan mentiras –y periodistas que les encantan que les pongan la mano en el hombro, desgraciadamente-.

Ahora ando peleándome con un texto largo, después de días de conversaciones, viajes –alguno en balde-, broncas y demás. Me cuesta arrancar. Y eso es una jodienda y una gloria: la primera por no encontrar las palabras exactas; la segunda por saber que las posibilidades son infinitas.

Ideas

1)

      - Uno más.
    -“Uno menos”, responde René.


2) 

“Se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó parar”, cantaba Carlos Puebla. Pero la fiesta siguió.

2 comentarios:

Ander dijo...

Magnífico, Diego.

Anónimo dijo...

Poco a poco, Ander.
Me alegra que hayas caído por aquí ;)