El último
reportaje que he escrito, un trabajo sobre mujeres con negocios privados en Cuba y
que se publicará en los próximos días, comienza así: “Iliana quiere ser albañil”.
Tres mil palabras después, el texto acaba con unos puntos suspensivos.
Le debo a Pikara Magazine demasiado en relación
con este trabajo. No solo porque les interesara a la primera de cambio (creo que
un texto de esta temática acerca de un país que anda remodelando su estructura económica,
tiene interés), que también, sino porque respeten el contenido desde la primera
hasta la última coma. Además, por llevar aparejado un análisis sobre las
mujeres de la isla dentro de este colectivo, corrigen tus errores: las buenas intenciones
no bastan a la hora de abordar un texto.
Es un placer
publicar en lugares donde las editoras de traten con mimo, a ti y a tus textos,
que crean en la transformación a través de las palabras y que, encima, tengan
la capacidad profesional de llevar a último término los matices más profundos
sobre un tema, en este caso sobre las mujeres. Que te enseñen. Ningún otro medio creo que en un
reportaje así hubiera sugerido ciertos -pequeños pero inmensos- cambios.
Yo aspiro a ser
buen periodista, y eso no es nada fácil. La prosa a veces es el adorno, los
fuegos artificiales que empañan el contenido. Y aquí ya es más difícil dar en
el clavo: las buenas intenciones son necesarias, pero nunca suficientes. En el
mejor de los casos, caeremos en el buenismo; en el peor, en la reproducción de
la realidad que, en ocasiones, es precisamente lo que queremos cambiar.
A veces me
pregunto cuál es la tarea de un periodista, y en las cúspides de optimismo que
a veces me invaden siempre llego a la misma conclusión: es, sencillamente,
vocero de las acciones. Pero hace falta
más. No basta con encajar, una detrás de otra, oraciones. Tampoco hacer brillas
la redacción, a veces sencilla. Porque ser buen periodista es muy difícil. Puedes
aburrir o puedes enganchar desde el principio.
Tom Wolfe
comenzaba reportajes de modos que en la mayoría de medios tradicionales te
correrían a gorrazos. Por ejemplo, en un reportaje titulado Voces de Village
Square, empieza así: “¡Hai-ai-ai-ai-ai-ai- ai-ai-ai-ai-ai- ai-ai-ai-ai-ai- ai-ai-ai-ai-ai-
ai-ai-ai-ai-ai- ai-ai-ai-ai-ai-reeeeeeeeeeeeeeee! Oh, querido y amable Harry,
con tu peinado de gángster de película francesa, con tu camiseta de cuello alto
de la Ski Shop y encima tu camisa de algodón azul de economato del Ejército y
la Armada…”
Uno lee estas cosas y es imposible que no se lance a tratar de imitarlo, dentro de sus
posibilidades. Pero sobre todo, a lanzarse a contar historias de la gente anónima,
fuera de los nidos infectados de políticos que solo cuentan mentiras –y periodistas
que les encantan que les pongan la mano en el hombro, desgraciadamente-.
Ahora ando peleándome
con un texto largo, después de días de conversaciones, viajes –alguno en
balde-, broncas y demás. Me cuesta arrancar. Y eso es una jodienda y una
gloria: la primera por no encontrar las palabras exactas; la segunda por saber
que las posibilidades son infinitas.
Ideas
1)
- Uno más.
-“Uno menos”, responde René.
2)
“Se acabó la diversión, llegó el comandante y
mandó parar”, cantaba Carlos Puebla. Pero la fiesta siguió.
2 comentarios:
Magnífico, Diego.
Poco a poco, Ander.
Me alegra que hayas caído por aquí ;)
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