15/11/14

Entre mansiones y ballenas

Después de salir de ese nudo de carreteras llamado Boston puse rumbo a Newport. Allí, en Rhode Island, el crudo invierno se detiene en las mansiones volcadas al océano Atlántico. Y allí veraneó la joven aristocracia del siglo XIX y XX, entre suntuosos jardines y una avenida, Bellevue, realmente inspiradora.

En Newport, para contrarestar aquello del lujo del entorno, me alojé en casa de un tipo desordenado. Llegué a un callejón oscuro que en el barrio nadie sabía dónde estaba y me esperaba en la puerta Eric, un hombretón amable. La cocina era a la vez su taller, y su comedor. Un lugar catastrófico para comer y desapacible para trabajar, me dije. Me indicó dónde estaba el dormitorio y me consoló saber que tenía mejor aspecto, aunque al baño le colgara el interruptor de la luz y las paredes estaban descuajaringadas.

A Eric no le volví a ver. A la mañana siguiente, ni rastro de él. Silencio. Desorden. Así que puse rumbo a los acantilados pensando en qué le lleva a una persona a alojar a alguien en su casa, dejarle una copia de la puerta de la entrada y desaparecer.

Me gusta viajar en coche por Estados Unidos. Así llegué a New Bedford, donde ahora me encuentro al calor de un pasado ballenero. Aquí escribió Melville Moby Dick y aquí está el mayor museo de ballenas del mundo, en el que ayer eché la tarde. Afuera hace frío y sol. Y ando deseando seguir atravesando Nueva Inglaterra con el coche y la radio.


 

1 comentario:

Unknown dijo...

Jajaja los americanos son así, te puedes encontrar de todo, claro está, pero raritos unos cuantos...