La
aventura
es
la flor,
el perfume del azar y de la diversidad.
Josep
Pla, en Viaje en autobús
El aroma a
incienso acompaña a los grillos y las cigarras. Es de noche, pero
parece que fuera más de noche aún. A este rincón de Moyobamba, en las
entrañas verdes de Perú, no llega el ronquido de los mototaxis, ni
el polvo de los caminos, ni el fango de los acantilados. Solo llegas
tú.
*
Decir que
vas a empezar un viaje al montarte en un autobús en Perú es decir
nada. Para llegar a Yurimaguas, donde ahora me vuelve a envolver un
silencio interrumpido por el graznido de los bichos, me ha llevado
cerca de 50 horas por carretera. En ese tiempo, he pasado sed y
hambre en un primer trayecto que debía durar 20 horas y se alargó a
36; seis horas más que más o menos fueron tranquilas; y otras
tantas horas en que por momentos daba la sensación de que había dos
bandos a cada lado de la carretera cuyo campo de batalla era el centro:
aquí no dicen “se desprendieron rocas”. Aquí sentencian: “Se
cayó el cerro”.
Cuando
dicen eso yo me imagino una montaña desparramada, como removida a
base de dinamita. Y no me equivoco cuando, aprisionados en una
furgoneta donde los niños vomitan y se escucha una música
estridente y mareante, miro a los dos lados, o al frente, o abajo, y
la carretera está sepultada por una capa de arcilla enorme, cuando
no rocas más grandes que la propia furgoneta o ríos cuyo cauce
se ha quedado pequeño y asalta la carretera.
Pero a
pesar de los inconvenientes y el agua, de las horas de espera y
pitidos, felizmente he llegado a Yurimaguas para embarcarme rumbo al
río Amazonas, unos días más allá. El segundo de mis trayectos
comenzó con la chica de la compañía de combis leyendo
los nombres de los ocupantes. El mío lo leyó después del de
Oswaldo y Peregrino, una manera original de viajar. Treces o quince
nombres después, comenzaba un trayecto en el que fui incapaz de
pegar una cabezada en una carretera ebria de curvas, baches y quejas. Y eso
sin contar las veces que peregrino y Oswaldo hablaron por teléfono a
grito pelado
(“hijito que Dios te Bendiga”, “Estoy por Pedro”,
“Cuando reúna los 1.000 soles”, “Estoy de camino”, “No te
escucho bien”, “Cuídate”).
El
camino que me trajo hasta aquí fue algo más accidentado. No solo
porque el conductor de la combi se bajara y le diera un mamporrazo a
una chica que iba en una moto y le había llamado imbécil, que
también, sino por lo ajetreado del trayecto. A los arroyos que
volvían a hacer de la carretera su curso, las montañas que
vomitaban hacia abajo y el aguacero que caía en estas latitudes ya
tropicales, se le unieron varias paradas donde los operarios primero te
decían que esperaras, después que podías darte la vuelta y
después, súbitamente, que adelante. Y así varias veces.
1 comentario:
Deslizamientos, corrimientos de tierra, coladas de barro, solifuxión, creeping... Unos los estudiamos, otros los vivís.
Siento algo parecido a la envidia, pero no lo es. Tal vez sea porque leo en tu texto tamizadas por mi cerebro la Biología y la Geología. La Natualeza en definitiva. Y me apasiona... salvo por los humanos.
Un beso, Diego. Cuídate, y disfrútalo. Por mí y por todos mis compañeros :)
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