La voz de Elvis Presley, envuelta en motas de polvo, susurra “My Hapiness”. La grabación es de abril de 1953, cuando el joven entró a Sun Records en Memphis para grabar, a cambio de cuatro dólares, dos canciones para regalarle a su madre por su cumpleaños. Regresó meses después y Sam Philips, el propietario, le preguntó qué sabía hacer. “Cualquier cosa”, respondió. Así empezaba la leyenda.

Habíamos salido días antes de Chicago rumbo a Nueva Orleans, siguiendo la 61, y Memphis era la primera gran parada. Elvis aprendió aquí los trucos de los cantantes negros, pero además del Rey, muchos artistas están en deuda con el alma de sus calles. Riley Ben King se subía a los escenarios a finales de los años 40 con tanta frecuencia que lo empezaron a llamar “Beale Street Blues Boy”: B.B. King. Sobre Beale hay decenas de clubes que, al caer la noche y encender las luces de neón, nos indican que algo va a suceder, como comprobamos al escuchar la armónica de Vince Johnson. Este virtuoso actúa junto a The Plantation Allstars en el Rum Boogie. La atmósfera y su eterno soplido –un minuto sin tomar aire– hacen honor a lo que, orgulloso, anuncia antes de una canción: “I am a bluesman!”.
Sigue en el número de julio de la revista Aire (Aeroméxico).
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