19/11/14

Nantucket: Sacad el mapa y miradla


Cuando yo leí Moby Dick, hará ahora un año, me dije: “Yo quiero vivir en Nantucket”. Es de ese puerto de donde zarpó el Pequod, aquel barco bajo el rudo mando del capitán Ahab. Cómo será que incluso, después de aquello, hice mío el término “hijo de la oscuridad”, como lo hizo Ahab  para maldecir  a los marineros cuando avistaba una ballena en aquella histórica y monumental novela que tanto le debe a Nantucket.

Herman Melville no conocía Nantucket cuando escribió Moby Dick. Él estaba en New Bedford, la capital ballenera de mediados del siglo XIX, pero todos los relatos, el pasado glorioso y, de algún modo, las leyendas, provenían de Nantucket, el lugar que en otro tiempo fue la capital mundial de la caza de la ballena. Lo que leyó, escuchó y soñó venía del pasado.

Ya estaba resuelto a no darme al mar si no era en un barco de Nantucket, porque había algo hermoso y turbulento en todo lo relacionado con esa isla antigua y hermosa, algo que me atraía de manera extraordinaria”, escribió Melville en la novela. También dijo de la isla: Sacad el mapa y miradla. Ved el punto exacto que ocupa en el mundo, cómo se halla lejos del litoral, más solitaria que Eddystone. Miradla: un simple collado y un brazo de arena; todo playa, sin fondo alguno”.
Con esa presentación llegué a bordo de un barco que me acercó desde Cape Cod, 50 kilómetros al norte. Era ya de noche, de lejos se veía una isla sin apenas luz y los disparos de algún faro comenzaban a darle un aspecto como el que armé en mi imaginación. Una vez en tierra, las sospechas se confirmaron: Nantucket no defrauda.

New Bedford es un insulto a la memoria; pero Nantucket es una especie de homenaje. Las fotografías del siglo pasado podrían pasar por el presente, la legisación es estricta en cuestiones estéticas y las casas son de madera de pino. Con el tiempo oscurecen, algunas languidecen, pero hoy me dijeron que había 800 casas anteriores a la Guerra Civil.

Nantucket hoy vive del turismo. Y del pasado. Apenas existen pescadores y su pasado se mantiene en los museos, pero también en las fachadas de las casas, en las calles empedradas, en las caras curtidas de sus gentes, en el silencio que inspira Nantucket, en el cielo estrellado que la contaminación no empaña...

No ha pasado mucho tiempo desde que pensé en vivir en Nantucket hasta que he llegado. Por eso, lo primero que hice cuando amanecí hoy fue irme al puerto a conocer a pescadores, así que acabé subiendo la bicicleta que me habían prestado a la camioneta de uno de ellos que iba directo del barco a la lonja.

1 comentario:

Unknown dijo...

Le entran a uno muchas ganas de ir a conocer Nantucket, Diego. Sigue contándonos historias.