Cuando yo leí Moby Dick, hará ahora un año, me dije: “Yo quiero vivir en Nantucket”. Es de ese puerto de donde zarpó el Pequod, aquel barco bajo el rudo mando del capitán Ahab. Cómo será que incluso, después de aquello, hice mío el término “hijo de la oscuridad”, como lo hizo Ahab para maldecir a los marineros cuando avistaba una ballena en aquella histórica y monumental novela que tanto le debe a Nantucket.
Herman
Melville no conocía Nantucket cuando escribió Moby Dick.
Él estaba en New Bedford, la capital ballenera de mediados del siglo
XIX, pero todos los relatos, el pasado glorioso y, de algún modo,
las leyendas, provenían de Nantucket, el lugar que en
otro tiempo fue la capital mundial de la caza de la ballena. Lo que
leyó, escuchó y soñó venía del pasado.
“Ya
estaba resuelto a no darme al mar si no era en un barco de Nantucket,
porque había algo hermoso y turbulento en todo lo relacionado con
esa isla antigua y hermosa, algo que me atraía de manera
extraordinaria”, escribió Melville en la novela. También dijo de
la isla: “Sacad
el mapa y miradla. Ved el punto exacto que ocupa en el mundo, cómo
se halla lejos del litoral, más solitaria que Eddystone. Miradla: un
simple collado y un brazo de arena; todo playa, sin fondo alguno”.
Con
esa presentación llegué a bordo de un barco que me acercó desde
Cape Cod, 50 kilómetros al norte. Era ya de noche, de lejos se veía
una isla sin apenas luz y los disparos de algún faro comenzaban a
darle un aspecto como el que armé en mi imaginación. Una vez en
tierra, las sospechas se confirmaron: Nantucket no defrauda.
New
Bedford es un insulto a la memoria; pero Nantucket es una especie de
homenaje. Las fotografías del siglo pasado podrían pasar por el
presente, la legisación es estricta en cuestiones estéticas y las
casas son de madera de pino. Con el tiempo oscurecen, algunas
languidecen, pero hoy me dijeron que había 800 casas anteriores a la
Guerra Civil.
Nantucket
hoy vive del turismo. Y del pasado. Apenas existen pescadores y su
pasado se mantiene en los museos, pero también en las fachadas de
las casas, en las calles empedradas, en las caras curtidas de sus gentes, en el silencio que inspira Nantucket, en el cielo estrellado que la
contaminación no empaña...
1 comentario:
Le entran a uno muchas ganas de ir a conocer Nantucket, Diego. Sigue contándonos historias.
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