Llevaba tiempo
deshaciendo los nudos, leyendo la vida, bailando al compás de las olas,
dejándome llevar. Leía poco: migas suficientes como para no desfallecer, para alimentar esta profesión que es una consecuencia, no una causa. El gusano fue
abriendo el túnel cuando la luz aún era turbia, pero palpando que a la
levedad se llega con barrena y el quinqué, no con fuegos de artificio. De sumergirme
en literatura, lo hice en aquellos que prefirieron leer la eternidad antes
que a los clásicos, que también.
Pero viene
enero, el frío, los versos, el amor. Viene la melodía que nunca se fue, y trae
unos libros que me arrastran a viajar de nuevo, no como un impulso ciego de
escapar, ni de encontrarme, ni de nada de esas respuestas que se dan cuando
preguntan por qué viaja uno, sino de seguir: un punto y seguido en el reposo y
la calma, en la tranquilidad de estar en mí, en el surco de quien se empeña en
leer los labios de la vida –quizá porque es la vida.
Hay un problema
cuando uno prefiere habitar las tripas de un verso. Si, además, ese verso es la
vida, a la manera de Gloria Fuertes –“se puede ser poeta sin haber escrito un
verso, y escribir poemas y no ser nunca un poeta”– o a la manera de Thoreau –“mi
vida es el poema que querría haber escrito, pero no podía escribirlo y vivirlo
al mismo tiempo”–, quedan pocos voltios para tratar de preocuparse en otras
cosas. Y entre esas hubo unos meses que la brújula solo apuntaba el cielo, no a
las injusticias, quizá porque las abarca.
Brota un nuevo
año y quizá nunca sea tarde para empezar de cero, porque “si antes escribía
para poder vivir,/ahora/ quiero vivir/para contarlo”. Ahora que a uno le llega el
aroma de la Vida, cuando las pieles de la v minúscula van quedándose en otra
vida, en otro cuerpo, en otros tiempos, en el cadáver de un cuerpo que alguna
vez llegué a creer que era yo.
1 comentario:
ES LA VIDA MISMA LA QUE PALPITA
AL ROZAR TUS POROS.
GRACIAS
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