Hay cosas que tienen un principio y un final, y este blog que ha danzado los últimos trece años conmigo llega a su final. Alguna vez tuvo un sentido, me acompañó muchos viajes y dolores y últimamente traté de alargar una vida que sabía que ya no existía.
Hace ya varios meses, quizá un año o dos, hice una limpieza de la mayoría de entradas escritas pues, más que no reconocerme en cada lamento y crítica, que también, me avergonzaban. Las cosas empiezan y acaban y la vida tiene sus etapas. No es que me arrepienta de todas las 605 entradas de Al este del Edén (la mayoría, como digo, capadas), si no que últimamente me gustaría escribir y no escribo, versificar y no versifico. Alguna vez estas paredes fueron un refugio. Pero si se vuelcan litros de vino en un viejo tonel con grietas, se acaba por derramar, y uno deja de tener ganas de seguir vertiendo el vino. Así me pasó y esa es la razón por la que es mejor mudarse que alimentar al muerto. A un muerto demasiado querido.
Recientemente añadí aquí, tímidamente, los últimos versos de los últimos años. Los llamé 180 grados porque así sentía que mi vida, como San Pablo, había cambiado de dirección. Dejaré operativo este escondrijo como recuerdo al que, por qué no, visitar de vez en cuando. Si hay versos que alguna vez tallé están solo en el blog. No guardo papeles ni cuadernos con ellos. Este espacio alguna vez fue un vientre henchido de furia y de vida. Aquí lloré desde el primer día y me alegré y patalee. Aquí, herido de guerra, le pedí tantas veces a dios que saliera al auxilio de una vida que bombeaba demasiada savia y sabía que había una puerta, pero no la encontraba. Pero mis ruegos fueron escuchados. Luego conté anécdotas de mis viajes, volqué algún vídeo y construí casas de catorce tablas, como Neruda. Y borré: borré tantas cosas que esto ya no se parece a nada de lo que alguna vez fue. Mejor irse, o transmutarse, y encontrarnos en un nuevo espacio.
Al este del edén es una novela de John Steinbeck pero también una posición extraviada y ajena al paraíso, cercana a la derrota, y quizá de manera inconsciente ese era el sentido, lo que espoleó mi imaginación o electrocutó mi ánimo. Pero hace tiempo que este cajón de sastre tan amado para mí dejó de tener sentido porque ni concibo la vida así ni la experimento así ni nada de lo que sucedía sucede. Es mejor darle una digna sepultura, vestirlo con la mejor túnica, bendecirlo y visitarlo los años bisiestos, como un recuerdo alegre. Al fin y al cabo, eso es lo que es.
¡Adiós y gracias!